En la ley judía, llamada Halacha, un muerto debe ser lavado con agua caliente, permanecer con todos sus órganos intactos, ser enterrado lo antes posible y diez personas deben recitar el Kadish. La producción húngara, Son of Saul, nos presenta un prisionero judío en el infame campo de concentración Auschwitz en su intento de lograr darle a un fallecido niño un funeral digno.
Nuestro protagonista es Saul Ausländer (Géza Röhrig), un judío de Hungría. Es miembro de los “Sonderkammando”, un grupo de prisioneros forzados a trabajar en el campo de concentración en la unidad de las cámaras de gas, donde ayuda a controlar las multitudes, buscar objetos de valor en su ropa, mover cadáveres, y arrojar cenizas en un río. Dado su situación, Saul lo ha visto y sufrido todo.
Allí, encuentra a un niño con quien establece una relación un poco ambigua, pero aun así decide darle al niño un entierro judío. Erróneamente piensa que necesita un rabino, y con el permiso de un doctor judío se da la tarea de buscar uno. Este día coincide con la ejecución de un plan secreto del cual Saul es participante esencial. Su motivación, al igual que la relación con el niño no es clara, pero podemos asumir que el funeral es un acto de redención y auto-purificación ya que la muerte en Auschiwtz puede llegar en cualquier momento.
Röhrig interpreta su personaje como un hombre roto, con muy pocas razones para vivir. Aun en los momentos más emocionales y violentos, su rostro permanece inmóvil. Su actuación es casi demasiado sutil, pero completamente cautivadora.
El director László Nemes desarrolló esta historia de una forma enervante por todo lo que omite de la pantalla y narración. No provee detalles ni explicaciones sobre este plan, pero lentamente lo vemos desarrollar. Estos dos eventos son presentados con la urgencia de un terliz en una bomba a punto de estallar. Nemes, que llama la película su primer largometraje, enfoca la narrativa únicamente en la trayectoria de Saul por estos dos días y sus metas externamente imposibles y su añoranza de esperanza en esta situación.
La cinematografía permanece incómodamente cercana a Röhrig. El cinematógrafo, Mátyás Erdély, graba gran parte de las tomas como primeros planos, o close-ups extremos. Ya para los primeros 20 minutos, el público tiene una buena amistad con la nuca de Röhrig.
En escenas morbosas que toman lugar en las cámaras de gas, la cámara se mantiene firmemente a menos de un pie del rostro de Saul. Nuestra vista es limitada, pero con lo poco que vemos y las súplicas, llantos, gritos y el ocasional disparo escuchado, con la imaginación pintamos una imagen grotesca.
La pantalla es más estrecha de lo normal, tomando una forma cuadrada en vez del rectangulo que acostumbramos, restringiendo nuestra vista aún más. Vale mencionar que la producción cuenta con una banda sonora de Lazlo Melis. La misma es completamente inaudible por el sonido de la desesperación de Saul y los latidos de corazón de los espectadores.
Las técnicas utilizadas en el proceso fílmico permiten que la producción sea un estudio íntimo de un hombre en el borde de perder la esperanza y su vida. Muchos otros filmes han expuesto los horrores de los campos de concentración, y francamente, no necesitamos más. Todo lo que omite Son of Saul la rescata de que sea otra cruda pieza de morbo histórico y la eleva a un trabajo artístico digno de análisis y ser vista varias veces (si el espectador lo tolera).