Te viste un año: de cómo ataca un cumpleaños cuando casi estás en los 40
"Cuando una cosa merece la pena,
incluso merece la pena hacerla mal".
Gilbert K. Chesterton
Les voy a contar como llegué hasta quedar postrado en esta cama. Un día como hoy hace exactamente 365 días y un cuarto, era también mi cumpleaños. Me sorprendió el día que suma el año, en ese peldaño que pasa uno inconsciente del piso del lobby al siguiente.
Me vi enfrentado por un pedazo de harina horneada, del tamaño de una pastilla, con una causa encendida con su vela, justo cuando llegaba a la puerta, sin ninguna idea más allá de la llama que en el pecho quema, tras el ejercicio de caminar subiendo quince pisos acompañado solo de los ecos de pensamientos cojos e ideas. Había oportunamente olvidado el cumplir años, y el año junto a la luz de la emboscada, de pronto me bloquea las salidas.
Así fui ajeno, y sin mirarlos seguí a sentarme con mi escritorio de mochila, con mis muchedumbres de silencio, con mis multitudes solitarias de dolores, que de solo sentarme en mi silla van alzando las manos como un registro de asistencia. Siempre habló primero la espalda, rugía luego la entraña, y crujía la rodilla. La astilla de una costilla me gritaba con punzadas. El pie que se había roto hace años ese día murmuraba reluciente, y no existía la madre del despojo que me arreglara la nostalgia. Resumes tu vida recordando a Louis Hay.
Quería olvidar que hay roturas que quiebran almas, y que el dolor a veces te espanta las heridas que una vez al mes causa la luna. Eres un experto y disimulas.
El disturbio de voces que se amontonan alrededor del minúsculo cilindro de cera que representaba décadas de segundos, como milenios de estrellas, te siguen la espalda mientras te acomodas a broncearte con una pantalla de computadora las pestañas y las cejas, como la puta de moda se hace la jefa.
Apagué la vela con los ojos cerrados, eso lo recuerdo, porque sentí la soledad gritar en una canción cosas felices, que no me daban ni un ápice de tregua. Me veo tan solo, y esa soledad coincide con estar rodeado de personas que celebran cumpleaños como cumpliendo una tarea.
Estás en el día que naciste otra vez de repente, aunque seas tu propia sombra, y es cuando en la vida has estado más trillado de tinos a sinos de zonas, más pintado de verbos, más colgado de veces. Has llegado a cerrar con el segundo contado otra vuelta, pero cargas con más ausencias que caminos para verte, llevas más espacios escondidos que contratos de tus bufetes.
Aún auto-cegado, abro melancólico mi propio cartapacio como un testamento, me titulé del año en el que menos había muerto. Volví fingiendo una sonrisa, a un pequeño hilo de humo sobre un bizcocho que estaba sobre una mano, y ésta sobre un suelo que es el mundo, pero no todos los mundos, sino el mío. Y mi mundo tan pequeño se me trepa por los hombros y encabrita. Pedí con mi deseo poder vivir en otro mundo.
Todo se movió lento mientras las alas me salían, apretones de manos se confundían con besos, pero nada consiguió levantar ni un poco el medidor de amor que lleva uno por dentro. Soplé una vela apenada, cortejada por su insignificante llama, y la vi ponerse tan triste, y no por derretirse, sino por el poco calor que requería su cuerpo para ser fundida apresurada.
Esa tarde con un hierro de golf del presidente, yo el vicepresidente, rompí el vidrio en mi oficina y me lancé por la ventana. Mientras caía todavía escribía mis palabras de salida jurando tener alas. Como por el piso diez me repetía que una vida es cualquier meta alcanzada, también recuerdo haber pensado que creía que esos vidrios eran aún más resistentes.
Los escuche unos segundos luego, culpando de mi cuerpo roto a mis juegos con la bolsa. Desperté exactamente un año más tarde, repitiendo destruido que no hay peor fracaso que intentar morir, y quedarse con la vida fracturada en una cama, a casi justo los cuarenta.
Pero enseguida me golpea la sorpresa de encontrar la felicidad en aún haber quedado vivo. Durante mi coma gané millones con un libro. Me cuentan que caí sobre un hombre muy obeso, con ropa de ejercicio y membresía nueva de gimnasio que se amarraba los zapatos. Su desayuno casi intacto se encontró en el techo de un autobús a tres luces. Yo me rompí todos lo huesos, pero en un año estoy andando.