Las películas recientes de la filmografía de Wes Anderson comparten varias características que forman parte de su huella inimitable como director, cosa que cualquier fanático suyo puede identificar. Los libretos ligeros y jocosos, los personajes que llevan sus idiosincrasias y melancolías a flor de piel y —la más obvia de las tres— la estética y el diseño meticuloso de la producción, regresan en The Grand Budapest Hotel con la misma facilidad y élan perfeccionado en los trabajos anteriores del director.
Añadiendo al excelente personaje Monsieur Gustave H (interpretado por Ralph Fiennes) al creciente repertorio andersoniano de protagonistas verbosos y aventureros, la trama de The Grand Budapest Hotel sigue las peripecias de ese sinvergüenza (en el mejor sentido de la palabra) y su asistente Zero Moustafa (Tony Revolori). Los dos trabajan, respectivamente, como el concierge y el lobby boy principal del Grand Budapest, un bello y popular hotel en los alpinos de una nación europea ficticia llamada Zubrovska para lo que parece ser la década del cuarenta. Cuando una de las muchas amantes octogenarias de M. Gustave fallece de manera sospechosa, éste es acusado de la fechoría, por lo que enlista a Zero en una misión estrambótica para restituir su buen nombre y asegurar que la herencia de la Madame D vaya a quien ella prefería.
El desenlace final, obviamente, no lo voy a compartir, pero créanme que es uno de esos casos en los que no importa predecir, ya que el deleite está en ver la historia bien contada. The Grand Budapest Hotel es abiertamente una película sobre cuentos y textos, opuesto a todas las películas anteriores de Anderson, las que llevan escondidas como subtexto esa fascinación por la construcción de narrativas perfectas.
Además de los divertidos cameos,las actuaciones en los roles secundarios son todas buenas, en especial la de la siempre expresiva Saoirse Ronan como Agatha, la valiente amiga de Zero; Willem Defoe como Jopling, el villano inescrutable; y Mathieu Amalric como el estupefacto mayordomo Serge X.
Si te gustó Moonrise Kingdom no tendrás que problematizar mucho las habilidades e interés del director en recrear un pasado que parece remitirse a la historia verdadera pero con un alto nivel de romanticismo. Budapest añade a ese amor por las cosas del pasado destellos de violencia grotesca y realismo histórico que son bienvenidos, ya que le brindan una chispa de humanismo a lo que algunos pueden categorizar como la maquinaria fría de la trama.
Pero desafortunadamente, aunque el corazón verdadero de la película, el personaje de Zero Moustafa, trae consigo verdaderos momentos de dolor y belleza, no late tanto como el de la familia Tenenbaum o Steve Zizzou. A pesar de esto, The Grand Budapest Hotel cabe cómodamente en el canon fílmico de Anderson como otra comedia y aventura exitosa.