Baz Luhrmann, conocido por su trabajo de dirección en Moulin Rouge y Australia, se puede catalogar como el Pablo Picasso de las películas del siglo XXI. Los libretos con los cuales trabaja en tinta y papel se convierten en obras de arte caracterizadas por su paleta interminable de colores y ritmos acelerados. Fue por esto que los críticos, los fanáticos, los “comelibros” y todos los cinéfilos velaron cada paso del director al anunciar su adaptación de “La gran novela americana”, The Great Gatsby.
Originalmente pautada para diciembre del año pasado, The Great Gatsby nos pinta los 1920 tal y como Luhrmann los quiere. En los tiempos en donde el jazz era rápido, el alcohol era prohibido y la ciudad de Nueva York empezaba su fase adinerada, se encuentra Jay Gatsby, personificado por Leonardo DiCaprio. Visto por los ojos de Nick Carraway, actuado por Tobey Maguire, Gatsby es protagonista de una de las historias de amor más importantes del siglo pasado en donde es anfitrión de fiestas colosales y casi catastróficas, hechas con el simple propósito de impresionar a su amor pasado: Daisy Buchanan, personificada por Carey Mulligan.
Películas como The Great Gatsby sufren del síndrome que padecen la mayoría de las adaptaciones. No se puede perder de vista que, aunque la veamos en la pantalla grande, la novela es un clásico de la literatura americana; una “gran novela americana”. Al tener esto claro, Luhrmann da al blanco en la cinematografía, no en la representación.
La música original grabada para la película fue mano a mano con la publicidad interminable que se le dio. En este ámbito tropezamos con el primer percance del filme. Al estar situada en la ciudad de Nueva York en los años 20, el jazz es algo indiscutiblemente necesario al rodar The Great Gatsby. Luhrmann decidió irse por la vía contemporánea y, en lugar de trompetas y tamborileo, presenta a la época como una bañada en rap y bajo el calibre de Jay-Z y Kanye West. El director se logra redimir con algunos “covers” de canciones famosas con aire del jazz y con las grabaciones que no ameritan el rap como “Young and Beautiful” de Lana del Rey. Sin embargo, lo más que reina en el filme es el hip hop y rap que de alguna manera debe jugar con un significado más allá de lo que se merece con todo el tema principal de riquezas que existe en la trama. No obstante, Luhrmann nos deja con esa duda.
Por otro lado, Luhrmann decidió añadirle sus propios ingredientes a la mezcla que nos dejó F. Scott Fitzgerald en los 1920. Desde el principio, la película no le rinde tributo a la novela en su exactitud, presentándonos al personaje de Nick Carraway ingresado en un sanatorio por alcoholismo, enfermedad que evoluciona en las fiestas de Gatsby. Una vez ahí, Carraway usa la escritura como terapia en donde nos describe su tiempo con el gran Gatsby.
Luhrmann tambien omite algunas cosas que hacen que los personajes de Gatsby y Carraway se intercambien lugares importantes. En la novela, Carraway es el protagonista y narrador. En el filme Gatsby es el protagonista y Carraway es el narrador quitándonos de vista la relación que mantuvo Carraway con Jordan Baker, amiga de Daisy personificada por Elizabeth Debicki, y las visitas del padre verdadero de Gatsby a su mansión.
En el ámbito actoral, la película hace entrega de trabajos excepcionales de parte de DiCaprio, Mulligan y Joel Edgerton, quien actúa como el esposo de Daisy, Tom Buchanan. Aunque en momentos se siente incómodo tener a DiCaprio repitiendo “old sport” y hablando con un acento que solo los abuelos suelen tener hoy día, son las escenas en las cuales la esperanza de Gatsby por estar con Daisy donde resplandece su trabajo como actor a un nivel alto. Es el trabajo de Tobey Maguire lo que resulta incómodo en el filme. No que algunas de sus representaciones a través de los años sean dignas de elogios, especialmente en la trilogía de Spiderman, pero uno pensaría que un papel lleno de retos como lo es Nick Carraway, en especial con el giro alcohólico que le da Luhrmann, le daría la oportunidad a Maguire a redimirse. Pensaría mal.
Para el que lea la novela, la película se le va a hacer insoportable. Luhrmann falla en hacer los simbolismos necesarios al verdadero estado de la nación americana en la época y hasta en cosas mínimas como la falta del color amarillo a pesar de su paleta extensa. A su vez, el que sea novato con relación a esta historia, sentirá un vacío en la trama y su temática por el mismo hecho de no ser representados bien.
Luego de todo el despliegue publicitario que tuvo la película, The Great Gatsby terminó de forma decepcionante. Se convierte en otra obra de arte de parte de Luhrmann, pero termina como una imagen fatula de la “gran novela americana” que nos divulgó F. Scott Fitzgerald.