Recién galardonada con una nominación a la Mejor Película Extranjera en la pasada edición de los Oscares, Timbuktu, dirigida por Abderrahamane Sissako,obtuvo su estreno en la isla como parte del 6to Festival de Cine Europeo que organiza la Alianza Francesa. El filme fue superado en los premios de la Academia por la película polaca, Ida. Sin embargo, Sissako demuestra ser un poeta cinematográfico con una obra maestra que abarca toda una ramificación de temas que embrujan globalmente a una raza y su cultura.
Inspirada en hechos reales que ocurrieron en el 2012, Timbuktu es un perfil ficticio de la ciudad epónima localizada en Malí una vez es invadida por el Estado Islámico de Iraq y Syria (ISIS, por sus siglas en inglés). La censura que acompaña el control violentamente intimidante de los rebeldes islámicos resulta en una pérdida de cultura, vida comunal y seguridad que afecta a todo Tomboctú por igual. El dominio de ISIS se presenta en el largometraje a través de varias historias encabezadas por la del pastor, Kidane, interpretado por Ibrahim Ahmed, y su encarcelación por asesinar a otro residente en un arranque de desespero.
Sissako, con la ayuda de su cinematógrafo, Sofian El Fani, ha logrado una película preciosa con la captura de los paisajes desérticos que componen el vecindario del Tomboctú. Los tiros incesantes de arena y el color crema resultan ser estéticamente magníficos así como logran retratar el medio oriente perfectamente. No obstante, su experiencia cinematográfica, que engloba un repertorio de más de veinte años, también le da el peritaje que necesita para crear un filme mundialmente importante para los momentos turbios que vivimos.
Es entonces evidente que la violencia toma su lugar como el tema más importante de la película. Los primeros minutos del filme la presentan con miembros de ISIS disparándole a cuanto objeto encuentran. Este primer acto puede resultar más lento y desbalanceado que el resto de la película hasta que, sin darse cuenta, el público está sumergido en la censura del Estado Islámico en donde hasta la música se prohíbe a punto de pistola.
Es así que se crea una presencia rebelde en los personajes de Timbuktu que, a buen gusto de Sissako, es fortificado por las féminas de la película en una cultura embarazosamente machista. Una de las mejores escenas resulta ser el arranque subversivo de una mujer castigada a latigazos por cantar. Lo que no impide que retome su cántico entre medio de los fustazos. Al igual, un equipo de futbol que juega un partido con una bola invisible luego de que le confiscaran la verdadera, es otra de las escenas más brillantes de Sissako.
Más interesante que la presentación fría de la censura violenta de ISIS en la película es la hipocresía que se engendra dentro de ella. Así como los cantores y deportistas son castigados a latigazos y pedradas, Kidane es juzgado por asesinar aquél que le quitó la vida a una de sus vacas. En Timbuktu la violencia nada entre los “líderes” y su civilización como un círculo vicioso que dice mucho sobre el instinto salvaje del ser humano así como el mal uso del mismo.
Otra faceta inteligente de la película es su manera de mostrar las dos caras de la imagen unidimensional que se mantiene de ISIS en los medios y el cine en general. Sissako nos demuestra escenas honestas como la que retrata la mentira de uno de los rebeldes para hacer algo tan simple como fumarse un cigarrillo. Siempre vemos la relación de ellos con el clérigo de la ciudad que los asesora en los movimientos anti religiosos que llevan a cabo. Sin embargo, continúan su amenaza al pueblo con AK-47s en sus manos.
Toda esta integridad cinematográfica que nos entrega Sissako la carga el elenco magnífico que compone el filme. Así como he mencionado, el trabajo excelente de las féminas, Ahmed en el papel protagónico se convierte en una imagen de minimalismo tanto desgarrador como acogedor que se mezcla entre la tensión de los componentes del vecindario de Timbuktu. Al igual, los hermanos que interpretan los hijos de Kidane, Layla Walet Mohamed y Mehdi A.G. Mohamed, terminan la película en una nota desesperante pero tierna con la idea de que cargarán con el futuro de la cultura y sociedad de Timboctó.
Lo interesante del filme de Sissako se encuentra en sus rasgos de ser documental. Claramente, la historia de Timbuktu es una mentira inspirada en eventos reales; eventos que aterran día a día a la civilización que los vive. Esto, de cierta manera, puede ser una bendición o una maldición. Como maldición, la realidad de una ciudad con una cultura en peligro de extinción a causa de una violencia censuradora se convierte en un imaginario del entretenimiento que nos puede distanciar de las circunstancias verdaderas y terribles. No obstante, Sissako nos entrega una bendición en la forma de un magnum opus que retrata ese mundo real para beneficio del arte y llegar a un fin poético como social.
Timbuktu se presentará una vez más hoy, martes, a las 7:00 p.m. en el Fine Arts Café de Miramar como parte del Festival de Cine Europeo.