Una trabajadora social llama a un participante en una agencia pública para atenderle. Una mujer se pone de pie y ella le pregunta: “¿Usted es la esposa de Fulano?”. “No. Yo soy Fulano”, le contesta la mujer.
Una maestra ve a dos niñas besándose en una escuela superior. A otras parejas heterosexuales no les dice nada. A ellas las amenaza con sancionarlas.
Una psicóloga dice a un medio de comunicación que no existen géneros neutros. Que la naturaleza nos asigna géneros y decir lo contrario confunde a niñas y niños.
Un psicólogo le dice a una mujer que les habla de su situación de violencia física y psicológica que ella es la culpable, que está gorda y que quizás su marido está resentido.
Un juez le dice a una mujer víctima de violencia en su relación de pareja, que perdone al hombre y le acepte la invitación a salir. “Arregle las cosas. Dele una oportunidad”.
Un padre pide la custodia de su hijo homosexual porque entiende que su madre lo ha criado mal y es ella la culpable de que el niño “haya salido así”.
Una enfermera en un hospital, no reconoce los signos de violencia en una mujer que llegó golpeada. La atiende como una caída y no sigue el protocolo requerido.
Un policía le cree al agresor cuando éste le dice que todo está bien y la mujer asiente con ojos llorosos. “Es que nosotros hablamos alto. No estábamos peleando”.
Todas esas escenas son reales. No me las estoy inventando. Y todas revelan la necesidad urgente de educar a nuestras y nuestros profesionales en temas de equidad y género para garantizar que poblaciones vulnerables como la de las mujeres, tengan espacios para su desarrollo y para vivir en paz. Y como estamos en el marco del 8 de marzo y el Día Internacional de las Mujeres, hablaré precisamente de la necesidad de una aplicación transversal de la perspectiva de género en la gestión pública y privada.
Comencemos por reconocer que según las definiciones serias, “perspectiva de género” no quiere decir ni “demonio” ni “perverso”. Valga la aclaración para establecer que a pesar de la demonización del concepto por parte de sus detractores, este sistema de análisis y marco de acción es en realidad una herramienta para adelantar los derechos humanos de las mujeres, ¿y por qué no?, también de los hombres.
Ocurre, sin embargo, que como en muchos asuntos relacionados con la redefinición de roles y de prácticas sociales, a veces hay grupos sociales que se mueven con más rapidez que otros y su capacidad de incidir en las instituciones sociales es limitada. Es por eso que, en el tema de equidad y de derechos humanos de las mujeres y niñas de nuestra Isla, la formación de muchas y muchos profesionales dista mucho de incluir un análisis género y menos aún, incorpora estrategias de trabajo que contrarresten los efectos de la desigualdad.
El tema no está totalmente ausente de nuestras aulas universitarias. Existen profesoras que han asumido la titánica tarea de incorporar conceptos de equidad y estrategias de trabajo sensibles a las necesidades de las mujeres en profesiones como la de trabajo social, la psicología, el derecho y otras. Su alcance, sin embargo, es limitado. Lo que explica por qué en pleno siglo XXI seguimos encontrando las escenas que incluí al inicio de esta columna. Sabemos que las universidades mismas pueden ser frentes de resistencia al concepto de equidad y que en ocasiones su resistencia va más allá para lograr la cancelación de programas o la reducción de cursos en esa línea. Por otra parte, el espacio que ocupa la educación universitaria en la vida de una persona varía grandemente en cada caso. Para algunas puede ser un elemento transformador, para otras un mero trámite para obtener un título.
Para quienes trabajamos a diario en el servicio directo a mujeres que han atravesado situaciones de violencia de género, encontrar profesionales preparadas y preparados para entender las dinámicas sociales que generan la violencia es vital. Una intervención inadecuada puede representar la diferencia entre la vida y la muerte o entre una vida plena y una vida plagada de opresiones.
Pero, ¿es la violencia de género el único tema a discutir en un 8 de marzo? Definitivamente no. La violencia de género es en realidad una consecuencia de la desigualdad y eso nos obliga a trabajar por la equidad como parte de una estrategia que derrumbe las bases del pensamiento machista que crea las bases de esa violencia.
En Proyecto Matria hemos apostado a ese trabajo desde múltiples frentes. Uno de ellos va más allá del servicio directo para incidir en la formación de profesionales de otras agencias y organizaciones con las que interactuamos en nuestro proceso de servicio o que identificamos como personas a las que potencialmente les tocaría trabajar con una mujer, una niña o niño en un proceso que involucra desigualdad de géneros. De ahí surgió nuestro Instituto del Género y Educación de Avanzada. Es una apuesta a la transformación de espacios que van más allá de las paredes de nuestra organización para crear espacios que vean con empatía, sensibilidad y conocimientos formales en género y derechos humanos las situaciones que en el diario vivir pueden llegar ante una persona profesional del campo psicosocial, de la salud y aún del derecho. Pues, ¿no es así como se transforman las sociedades? ¿Cuando el conocimiento se transforma desde una práctica sensible y solidaria para ver la humanidad de quienes nos necesitan? Trabajar desde la equidad y para la equidad de géneros es la mejor forma de pensar, proponer y conmemorar un 8 de marzo.
La autora es abogada y Directora Ejecutiva del Proyecto Matria.