Afirmo que no puedo imaginar mi vida sin pensar en la Universidad de Puerto Rico, mi amada alma mater. En ella viví experiencias inolvidables y además conocí a un sinnúmero de personas que dejaron huellas en mi largo caminar. En estos tiempos difíciles, rememoro mis años estudiantiles, allá para la década de los ochenta.
En el 1981, con apenas dieciséis años, inicié mis estudios universitarios en el entonces Colegio Regional de Ponce. En esa época me inicié en la lectura de Edipo rey y Antígona de Sófocles, Medea de Eurípides, La Ilíada y La Odisea de Homero, El discurso del método de René Descartes, El príncipe de Maquiavelo, Historia de una escalera de Antonio Buero Vallejo, Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, Los pasos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca, entre otros.
Luego de estudiar dos años en Ponce, me trasladé al Recinto de Río Piedras. Fue en el Departamento de Humanidades donde mis horizontes académicos y culturales se ampliaron. Para los ‘80, tuve la oportunidad de ser estudiante de Josemilio González (QEPD), Manuel de la Puebla, Marcelino Canino, Luis de Arrigoitia, Mariano Feliciano, Ramón Felipe Medina, Eduardo Forastieri Braschi, Edgar Martínez Masdeu, Dean Zayas, Myrna Casas, Susan Homar, Carmen Vázquez Arce y muchos más. Recibí una educación de primera categoría.
Para el 1986, comencé la maestría en Estudios Hispánicos y quiénes fueron mis consagrados profesores, nada más y nada menos que las hermanas Luce y Mercedes López Baralt, María Vaquero (QEPD), Ramón Luis Acevedo, José Luis Vega, Rubén Ríos Ávila y otros más que ahora no me vienen a la memoria. Precisamente, tuve el privilegio, para el 1987, de formar parte del primer grupo que tomó el curso de maestría sobre Don Quijote de la Mancha que impartió la reconocida scholar Luce López Baralt. Como dato curioso, mi tema de tesis doctoral surgió en una clase sobre literatura guatemalteca que tomé con el estudioso de la literatura centroamericana, Ramón Luis Acevedo. Un refrán popular dice que “recordar es vivir”. Cómo olvidar que por los pasillos de Humanidades se paseaban los escritores Francisco Matos Paoli (QEPD), Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega, Carmen Lugo Filippi, Kalman Barsy, Juan Antonio Ramos. Era un orgullo tropezar con alguno de ellos.
No borro del pensamiento el seminario que nos ofreció el escritor peruano, Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura en 2010. Puedo estar a favor o en contra de sus posturas políticas, pero no puedo negar que es uno de los grandes intelectuales latinoamericanos. Tampoco puedo olvidar el seminario de maestría que tomé en el Colegio Regional de Bayamón con José Luis González (QEPD) el autor de El país de cuatro pisos. Aquella imponente figura llegaba al salón e imperaba un silencio sepulcral. Era tan alto que no pasaba desapercibido; vestía con una impecable guayabera de manga larga y pantalón negro. Su voz profunda todavía pulula en mis oídos.
Mientras era estudiante de bachillerato en la Iupi, vendía ensaladas de frutas en la placita de Humanidades con mis amigos “pelús”. También trabajaba en la Oficina de Asistencia Económica. Para ese entonces mi vida transitaba entre las clases, la biblioteca Lázaro, el Seminario de Estudios Hispánicos y las actividades culturales. Para los estudiantes de humanidades, el teatro creaba una mística indescriptible. La primera vez que vi la obra A Christmas Carol de Charles Dickens, fue en diciembre de 1987, en ese teatro. Recuerdo que mi amiga, Damarys López, y yo, como hipnotizadas, entramos al teatro y nos quedamos viendo la representación. Luego nos colamos en una fiesta de Navidad en la entonces casa del rector y hasta turrones comimos. Los cánticos navideños estaban a cargo de la Tuna de la Universidad, dirigida por el inigualable Goyo. Los que tuvimos el privilegio de estudiar en ese tiempo, revivimos las Justas con nostalgia cuando eran en el Sixto Escobar. El corazón se nos hinchaba de orgullo y emoción cuando veíamos a Domingo Cordero correr los 400 metros con vallas. No lo puedo negar, soy jerezana de corazón.
De cincuenta y dos años que tengo, treinta y tres los he pasado en la Universidad de Puerto Rico (Carolina, Río Piedras, Ponce, Utuado). No puedo quejarme porque he sido afortunada, ya que recibí una educación de excelencia. Como si fuera poco, he tenido la oportunidad de ser docente. Desde el 1995 soy profesora en la UPR en Utuado, en el Departamento de Lenguajes y Humanidades. El mismo departamento donde dieron clase el dramaturgo puertorriqueño, Pedro Santaliz Ávila (QEPD), la poeta Etnairis Rivera, el director y guionista cinematográfico Amílcar Tirado (QEPD) y el director, productor y guionista, Vicente Castro. Por mis salones han pasado estudiantes que ya se han convertido en grandes profesionales y son mi orgullo.
La Junta de Control Fiscal pide la reducción de $512 millones del presupuesto de la Universidad. Sin embargo, no explican de dónde sale ese número. La Universidad de Puerto Rico, además de ser el sistema de educación más grande del País, es un proyecto social que le brindó la oportunidad de estudiar a jóvenes pobres que, como yo, éramos de escasos recursos económicos. Fue por eso que desde que llegué a Utuado, quise brindarles a mis alumnos las experiencias que yo tuve.
Ellos han compartido conversatorios con grandes escritores como: Luis Rafael Sánchez, Rosario Ferré (QEPD), Olga Nolla (QEPD), Magali García Ramis, Teófilo Torres, Juan Antonio Ramos, José Luis Ramos Escobar, Myrna Casas, el hispanista Bruno Damiani. También han interactuado con escultores de la talla de Heriberto Nieves y pintores como el Maestro Moisés Castillo (QEPD). De estas tertulias se han beneficiado los utuadeños; es por eso, que hay que amar y defender los once recintos. Me pregunto: ¿qué sería de Utuado sin la UPR?