Cuando mi padre se retiró del Ejército de los Estados Unidos en el 1967, mi familia regresó a Puerto Rico para quedarnos aquí finalmente. Antes de eso, como toda familia militar, hubo mudanzas cada tres o cuatro años. Cuando regresamos, yo tenía 11 años de edad, entrando ya en la adolescencia, con sus implicaciones de las inseguridades, temores y angustias típicas de esa etapa. Yo hablaba muy poco español, y muy mal pronunciado cuando lo hacía. El proceso de adaptación y aceptación de mi país fue una etapa muy difícil para mí. En los primeros años me negaba a aceptarlo emocionalmente y tenía mucha rabia, tristeza y retraimiento. En mi familia, de tres hermanos que somos, fui el que más se tardó en hablar español en nuestra casa. En mi escuela, la Osuna, mi apodo era “gringo”, sobrenombre que me duró hasta mis primeros años en la Universidad de Puerto Rico.
Una de las formas de manifestar la negación de mi país y de mi puertorriqueñidad fue en el renglón de la música. Yo, que venía de vivir en Nueva York, era amante del rock, y casi odiaba la salsa porque la identificaba plenamente con Puerto Rico. Pero, como dice la canción de Mercedes Sosa, “cambia, todo cambia”. Eventualmente, en un proceso lento pero seguro, fui aceptando mi realidad y mis querencias profundas. Y en el 1971 compré casi simultáneamente mis primeros dos LP de salsa: “El Juicio”, de Willie Colón y Héctor Lavoe, y “Cheo”, de José “Cheo” Feliciano, el disco que marcó el regreso de Cheo al mundo de la música, después de su proceso de rehabilitación. Y siempre pienso y siento que la compra de estos dos discos fue el momento en que acepté plenamente a mi país y me acepté a mí mismo. Y en mis memorias y en lo mas profundo de mi alma, Cheo siempre tendrá un lugar especial.
A continuación, un fotoensayo del velorio del querido Cheo Feliciano. / Fotos por Ricardo Alcaraz
Cano Estremera se despide de Cheo en la velada en Ponce.
La familia de Cheo le da su último adiós.
Cocó recibe un abrazo de apoyo.
Domingo Quiñones, Andy Montañez y Louis García.
En un quiosco en Ponce.
La comitiva fúnebre recorre las calles de Ponce.
Cocó, acompañado por su familia, ofrece unas palabras de agradecimiento al público que acudió a la velada.
A son de plena se despiden de Cheo Feliciano en Ponce.
Luis “Perico” Ortiz haciendo guardia de honor.
Una lágrima recorre el rostro del cantante de la Sonora Ponceña, Edwin Rosas.
Parte del público que esperaba en el camino al cementerio.
El público desfilaba con diferentes objetos que recordaban al cantante.
El público desfila frente al féretro, en Ponce.
La nieta de Cheo, Mia Michel, le dedicó una canción.
La viuda de Cheo, Cocó, disfruta del homenaje musical que le ofrecieron los amigos músicos.