Después de dedicarle la Campechada a Elizam Escobar, es probable que él tenga que pedir manos prestadas para contar sus amigos y admiradores.
La Campechada es una fiesta cultural, organizada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, que eleva la gesta de los artistas locales a un sitial en el que deberían estar siempre. En años anteriores se le había dedicado a artistas como Rafael Ríos Reyes, Myrna Báez, Rafael Tufiño y Francisco Oller, entre otros. Este año fueron muchos los artistas que el pasado fin de semana, bajo el candente sol, donaron su tiempo y talento para apoyar y compartir con Elizam en el Viejo San Juan.
“Este evento es un encuentro por Elizam, así mismo le hemos llamado a nuestra obra”, dijo Richard Santiago, profesor de pintura de la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico. Comandados por él, 48 artistas –amigos, compañeros y estudiantes de Elizam– pintaban un boceto que el homenajeado dibujó hace un tiempo, pero que nunca pintó. Gracias a esta iniciativa, quedó conformado el Colectivo X, un grupo de artistas solidarios.
En el edificio de la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico, ese que queda ubicado al lado de la Liga de Arte de San Juan y que mucho tiempo antes fue un hospital militar, sonaban las canciones favoritas de Elizam, entre ellas, las décimas del legendario trovador Ramito y los boleros de varios tríos.
Los caballetes, los pinceles y las pinturas ocupaban los pasillos. Aunque un poco abstracta, la obra era una escena carnavalesca. Santiago escogió el boceto y armó “el bembé para celebrar la vida de Elizam. La Campechada siempre se presta para eso, para celebrar”, comentó el profesor.
“Cada artista va a poner su granito de arena”, explicó Santiago. “Dos pies por dos pies” medía cada pieza en la que cobraba vida el boceto. Era un dibujo de Elizam, pero cada artista lo hacía suyo. Ninguna pieza era igual a la otra. Ni siquiera seguían una sola escala de color.
“El propósito de esta pieza es llevarla a un museo y que el dinero que se recolecte sea donado a Elizam”, aseguró Santiago, convencido de que su aportación será de provecho para el artista quien fue invadido por un agresivo cáncer en la cara.
La cara de Elizam estaba por todas partes. En las paredes, en las serigrafías, en los dibujos y hasta en los adoquines sobre los que pintaban los niños.
Los artistas del grupo de teatro Y no había luz, por ejemplo, se apoderaron de la calle San Sebastián y sirvieron de modelos para que las personas conocieran los personajes de las obras de Elizam y pudieran hacer su propia versión de ellas en una cartulina.
La pintura no fue el único medio de expresión de los artistas. El baile, el teatro y la música estremecieron el alma de los presentes.
La compañía de teatro M+M realizó la pieza Insomnio 226 en el Cuartel de Ballajá. A través de ella, el público viajó a la prisión en la que Elizam estuvo encarcelado en la década de 1980. Los niños, jóvenes y adultos vivieron con el protagonista las largas noches de insomnio, de creación, de dolor y de nostalgia, pero también la alegría de regresar a su patria.
Sentado entre la gente, Elizam observó la pieza. Al final, se fundió en un abrazo con Maximiliano Rivas, quien lo encarnó. Luego, recibe el abrazo de muchas otras personas. Él les abraza y les da una palmadita en la espalda, una de esas que quieren decir “gracias” o “todo va a estar bien”.
También, se presentó la compañía de danza moderna Andanza y la compañía Hincapié. Sus piezas también fueron dedicadas al homenajeado.
En los movimientos de los artistas había fuerza, energía y ganas de vivir. El público se mantenía atento, admirando el talento de los bailarines.
La huella que de una forma u otra ha dejado Elizam en las generaciones más jóvenes es profunda. Más que recrear sus obras, los artistas buscaban traerlas al presente y creaban sus propias versiones sin perder la esencia de su creador.
Los artistas se inspiraban en él y para él. A través del arte inmortalizaron su nombre, su rostro y sus pinturas. Por cada rincón de la ciudad amurallada, se paseaba libremente el espíritu del artista, el poeta, del maestro, del bohemio y del patriota que Elizam lleva adentro. Físicamente, él se confundía entre la gente. Observaba las presentaciones artísticas que exaltaban sus obras. Sonreía. Agradecía. Y volvía a sonreír y agradecer.