Las obras de teatro se deberían coger con pinzas. Especialmente en las traducciones, los textos dramáticos cobran vida nueva en cada función; mejor dicho, en cada montaje. Claro está, algunas no tienen esperanza. Es entonces que evaluamos a Una perra llamada Sylvia, dirigida por Emineh de Lourdes, que estrenó hace unas dos semanas en la sala Carlos Marichal del Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré.
Se puede decir que una chispa de suerte hipnotizó al público puertorriqueño para que no le preste mucha atención al núcleo de lo que es este texto por el americano, A.R. Gurney. Esperemos entonces que se hayan enfocado más en el trabajo excepcional de su elenco.
Originalmente llamada Sylvia, la historia presenta a Greg, interpretado por Gerardo Ortiz, y a Kate, interpretada por Cristina Soler, que viven un matrimonio cuya llama de pasión ya se ha apagado entre la soledad que dejaron sus hijos cuando emprendieron sus estudios universitarios.
Entre toda la tormenta emocional que trae la media edad en este matrimonio, Greg se encuentra una perrita a quien ama de la misma manera en que a Kate no le simpatiza tanto. Esta perra es Sylvia. Sin embargo, hay un detalle al cual se le debe hacer hincapié: en escena, Sylvia es interpretada por Suzette Bacó. Sylvia habla y es una mujer. La perra es una mujer.
La producción en sí no peca mucho salvo por algunas decisiones de dirección incómodas tanto dentro de la sala experimental de Bellas Artes como en el título de la pieza que le quita el elemento sorpresa al público al añadirle “Una perra llamada”. Algunas incongruencias mínimas también mancharon el montaje como la añadidura de tonalidades verdes en algunos vestuarios cuando el programa dicta que veríamos el mundo escénico tal y como Sylvia lo vería. Ese mismo programa le informaba al público que los perros no ven el color verde.
Lo más que brilla en esta obra es su elenco. Suzette Bacó, comediante primera en la cultura puertorriqueña, nos demuestra cuán lejos llega su prisma actoral mientras corre, salta y ladra como la perra que menciona el título. Es evidente que ejecuta el papel con mucho cariño por sus años de experiencia como una de las cabezas de Satito PR, fundación protectora de animales en Puerto Rico. No es necesario que Bacó sea una perra en escena sino que basta con que se comporte como una. Es esto lo que hubiese querido Gurney y la comediante hace un excelente trabajo de balancear la perra con la mujer.
Igualmente, Soler y Ortiz entablan sus grandes habilidades actorales como los guardianes de Sylvia. El sarcasmo actoral de Soler nunca ha cesado de ser gracioso y más cuando la producción le da luz verde para odiar a esa perra que le quita su lugar en el matrimonio. Es Soler quien tiene una de las mejores líneas en la obra que escenifica los clichés de los guardianes de perros. Es ella quien procede a castigar a Sylvia con un periódico doblado mientras grita un “caramba” prolongado.
Raymond Gerena, quien produce la pieza en conjunto con Bacó, es quizás hasta mejor que Bacó en sus actuaciones, ya que interpreta a Tommy, Eli y Ale, personajes diferentes que apoyan a la historia sin necesitar de actores diferentes. La naturalidad puertorriqueña que vislumbra Gerena en el papel de Tommy es interesante en especial cuando también actúa como mujer y como el/la psicólogo/a andrógeno/a que atiende a Greg y Kate para el segundo acto.
El problema que siempre ha cargado esta obra desde que estrenó en Nueva York para el año 1995 recae en el texto. La comedia de la situación que escribe Gurney es bastante para alejar al público del mensaje que pinta su obra. La mujer es una perra. No hay escapatoria de esa verdad desde la primera escena. Es aún más difícil la situación cuando esa misma mujer representa hasta cierto punto la amante que necesita Greg en su vida.
Dudoso es que, en el estreno neoyorquino, Sylvia fue interpretada por Sarah Jessica Parker que, cuatro años después, se convirtió en Carrie en Sex and the City, serie enfocada mayormente en la mujer de forma grata y considerada. Sin embargo, el argumento quizás se cancela cuando se conoce que la obra es dedicada a Parker ya que es amiga fiel de Gurney. Ahí entramos en la duda del amor entre amigos.
El mismo Gurney tropieza dentro de su texto cuando presenta a la mujer como una perra y ofrece un diálogo del género dentro de la pieza. Durante los dos actos vemos cómo los personajes de Tommy, Eli y Ale son interpretados por un solo género así como si Gurney no le viera problema a la igualdad escenificada. Es Ale quien presenta la idea de la obra cuando se nombra como andrógeno/a y le explica a Greg cómo el ser humano refleja sus necesidades en otras cosas; cómo Greg ve a Ale como mujer porque necesita una fémina al igual que con Sylvia.
Sin embargo, se puede dudar del fin igualitario al cual nos quiere llevar Gurney cuando vemos a la perra interpretada por una mujer, pero en ningún momento vemos a un hombre actuar como algún animal. La oportunidad de esto existe cuando fuera de escena se encuentra Nerón, perro de Tommy, y el gato que Sylvia degrada mediante lenguaje soez. En fin, solo vemos a la mujer como perra.
Sylvia es un texto problemático dentro del teatro que todos pasan por desapercibido quizás por su comedia o por no manchar el repertorio de Gurney dentro de la dramaturgia estadounidense. Una perra llamada Sylvia sufre por ese texto, pero no se hunde completamente por él. Es una proeza impresionante para la actuación y una entrega de diversión para la actriz que interprete a Sylvia. El problema recae en que es una obra que no tiene su lugar en el pensamiento del siglo XXI y se le tiene que buscar algún otro ángulo para que trabaje en la contemporaneidad.
Una perra llamada Sylvia continúa este sábado a las 9:00 p.m. en la sala Carlos Marichal del Centro de Bellas Artes de Santurce.