Los pasos de quien camina los pasillos de la Universidad de Puerto Rico (UPR) son casi siempre acompañados por voces que ponderan, imaginan, critican, educan y aprenden. Están los que miran el techo mientras recitan la última asignación oral de alguna lengua romance; los que, con cara malhumorada, se preparan para un examen de Platón; y los que se quejan: fiscalizan políticos, critican la sociedad puertorriqueña, sentencian a los medios de comunicación.
Es un ambiente típico de cualquier institución de educación superior tradicional. Todavía existe, a pesar de los cambios que se están efectuando y que podrían transformar radicalmente no sólo la universidad, sino también la sociedad misma. Peligra, empero su resistencia, pues los intereses del mercado capitalista parecen anteponerse a los de la vieja idea de la universidad como un bien común social.
Linda Colón Reyes, autora del libro Pobreza en Puerto Rico: Radiografía del proyecto americano, explicó que en la actualidad la universidad se encuentra en un debate entre dos grandes tendencias. Una de ellas se fundamenta en el neoliberalismo, “que ve la universidad como un espacio desde el cual se generan conocimientos que sirven al mercado de trabajo capitalista”. Mientras, la otra tendencia no rechaza que se genere conocimiento para el mercado laboral, pero ve el espacio universitario como uno donde “se crean filosofías y alternativas desde perspectivas más amplias”.
En Puerto Rico, la universidad pública presenta ambas tendencias, pero hay un intento por darle predominio a la “variante neoliberal”. El profesor Eduardo Aponte menciona en el ensayo La educación superior del futuro en la encrucijada algunas ventajas que tiene esta tendencia, específicamente en la privatización: mayores ingresos, empleabilidad, movilidad profesional y una mejor calidad de vida son algunas de las que se destacan. Sin embargo, para la sociedad y la educación, la continuación de esta vertiente podría resultar perniciosa.
Menos conocimiento para todos
“Los cambios son graves porque la UPR ha sido el eje desde el cual se ha creado una profesionalidad para nuestro país, personas a cargo de contribuir desde lo administrativo, en servicios, en producción. Esos profesionales esenciales para la construcción de la sociedad comienzan a perder espacios”, comentó Colón Reyes, también profesora de la Facultad de Estudios Generales en la UPR, Recinto de Río Piedras.
Hoy, no es raro conocer a un profesor o profesora que todos los días debe viajar de una universidad a otra porque en una sola no obtiene los ingresos que necesita. Le reducen las secciones y otras tareas que se podrían considerar innecesarias en un marco de crisis fiscal, para así bajar los costos de operar la institución. Lo primero que se afecta con esto es la calidad de la enseñanza, y con la disminución de cursos disminuye también la cantidad de temáticas que aborda la universidad.
Además, explicó la profesora, se crea todo un grupo de profesionales subempleados y, en ocasiones, desempleados que no pueden aportar a la economía como antes. Esta situación provoca la llamada “fuga de cerebros”, personas que no consiguen trabajo en su país y emigran a otro donde hay más oportunidades.
No todos por igual
Sin embargo, estos cambios no se dan en igual grado en todas las áreas educativas. Aunque Colón Reyes opinó que la tendencia es general, admitió que las más que se han visto afectadas son las humanidades y las ciencias sociales.
Se trata de un “despiezamiento” de la universidad; se fragmenta “en una pléyade de grupos y elementos que reciben un trato diferencial”, explica la organización Edu-Factory en su libro La universidad en conflicto. En este caso, por ejemplo, se privilegian las investigaciones en ciencias naturales sobre aquéllas en humanidades.
El Proyecto Académico-Administrativo anunciado por el recién electo presidente de la UPR, Miguel Muñoz, apunta a que estas tendencias continuarán. Muñoz habló sobre enfocar los recursos con que cuenta la universidad en “carreras bien dirigidas, que puedan conseguir empleos”. Si este enfoque está dictado por lo que sucede en la economía mundial, la enseñanza del sistema se podría mover más hacia educación técnica, para la producción. En su libro sobre la pobreza, Colón Reyes escribió que “las condiciones actuales de la economía mundial acentúan la demanda de una mano de obra tecnológicamente cualificada y con altos niveles de conocimientos en las áreas de la cibernética y la informática”.
El problema con esta visión educativa, es que impone límites al espectro de conocimientos que genera el sistema. “Pierde potencialidad de producción. El País completo pierde investigaciones, escritura de libros y otras actividades que se dan en la UPR”, afirmó la doctora en sociología.
En términos más generales, cambia el perfil del trabajador. En 1992, Robert Reich, ex secretario del Trabajo de Estados Unidos durante el primer término del Bill Clinton, ya hablaba sobre una “tripartición” del mundo laboral globalizado: en la base están los servicios rutinarios de producción; en el medio, los servicios en persona; y, por último, los servicios simbólico-analíticos, que tienen personas con una alta formación y que trabajan soluciones a problemas.
Esta segmentación, según un estudio del año 2000 de la UNESCO, se va definiendo de acuerdo con el nivel de ingresos y de educación de cada trabajador. El último tipo de trabajador torna a ser representativo de lo que los estudiosos Flores y Gray predicen será “el fin de la carrera”. Ese tipo de puesto, que tiene cada vez más predominancia, consiste de “ocupaciones temporales”.
“La educación se encuentra en tensión vis-à-vis al trabajo, el cual está experimentando profundas transformaciones tanto desde el lado de la distribución de los empleos entre sectores económicos, la transformación de los contenidos de los puestos de trabajo, los requerimientos de competencias, conocimiento y destrezas y, particularmente, el desempeño de los analistas simbólicos cuyo mercado laboral tiende a estructurarse globalmente”, afirma el estudio.
Esta hipótesis es cónsona con la lógica de lo que Edu-Factory llamó la “universidad-empresa”, “la transformación de la universidad que es resultado de su incorporación a los circuitos empresariales y mercantiles de la sociedad capitalista actual”. Tal visión conlleva el manejo de las instituciones de educación superior como si fueran empresas, así como incorporar la industria privada al quehacer universitario.
La universidad en conflicto menciona una recomendación de la Comisión Europea que evidencia esta última idea: “Se podría invitar a las empresas a que financien o cofinancien equipos, escuelas, becas, actividades de renovación curricular, cátedras o departamentos universitarios, unidades de investigación, cursos de formación para atraer a estudiantes o personas en formación hacia los ámbitos que adolecen de carencias de trabajadores cualificados, etc”.
Ya hay ejemplos de instituciones educativas que se dedican a crear profesionales para una industria o compañía específica, como la Hamburger University de McDonald’s. Éste es un ejemplo extremo y del sector privado, pero no está completamente alejado de la realidad del sistema UPR. En la presentación de su plan de trabajo, el presidente Muñoz enfatizó la colaboración con empresas y universidades privadas, tanto en la investigación como en el uso de facilidades.
“La función estatal”, lee el libro de Edu-Factory, “no es la de proveer una esfera alternativa al margen del mercado, sino la de «engrasar las ruedas» del mercado, subvencionando a los ciudadanos para que participen en él y a las empresas para que provean servicios sociales”.
Mecanismo perdido
El enfoque empresarial también tiene sus efectos en lo que la universidad ha sido durante décadas: un “mecanismo de ascenso social”. Colón Reyes expresa en su libro que entre 1940 y 1970 la educación era percibida como una forma de salir de la pobreza.
Sin embargo, “las fuerzas del mercado tienden a aumentar la competitividad y la exclusividad, y a ofrecer de forma escasa bienes que se caracterizan por su naturaleza no competitiva y no excluible”, afirma Eduardo Aponte, quien es catedrático de la Facultad de Educación del recinto de Rio Piedras de la UPR.
Al respecto, Colón Reyes explicó que cada día son menos las personas de los sectores pobres que pueden ingresar a la universidad o terminar su educación. Para ella, éste es uno de los elementos más importantes del sistema público; es decir, su papel como centro que acoge a estudiantes de los sectores pobres y medios. Sin embargo, la universidad del estado podría perder esta función, debido al alza en costos de matrícula, la creciente dependencia en ayudas económicas federales y el hecho de que personas de estos sectores se han visto obligadas a ingresar a universidades privadas, que son mucho más caras.
El profesor Aponte expresó en el foro Crisis fiscal y el futuro de la educación superior que uno de los problemas que tiene la educación superior privada es que “se monta sobre el signo del mercado, y en realidad el mercado lo que hace es que despolitiza el problema del acceso a la educación y a la educación superior como un problema de oferta y demanda y de la viabilidad de estas instituciones, que en el caso de Puerto Rico están subsidiadas públicamente por el gobierno federal”.
Aponte explicó que las instituciones privadas transforman los bienes públicos de manera que puedan rendir ganancias. Entonces, la universidad se encuentra en “una encrucijada de hasta dónde puede el mercado (…) manejar las demandas sociales que tienen que ver con el desarrollo económico, social y cuán sostenible es todo esto”.
Para Reyes Colón los efectos sobre la vida pública serían también graves. “Estás fomentando la contratación de personas poco críticas. El resultado es personas más conservadoras y más incapaces de buscar transformaciones en la sociedad”.
La doctora expresó que la variedad de saberes, de opiniones y de personas es de suma importancia para que pueda avanzar la sociedad. “Si hay un espacio donde es importante la divergencia, es la universidad. Si no hay divergencia es imposible que haya avance en el conocimiento”, concluyó.