Zanoni López Zamora habla con un periodista sin parar, aunque los rabitos de sus ojos siguen pendiente a la alberca.
“Hoy, por ejemplo, empezamos a las cinco de la mañana. Y mira la hora que es”, le dice a la prensa de Puerto Rico el entrenador cubano mientras el ocaso amenaza con secuestrar este cielo norteño aún lleno de sol, techo de Barceloneta.
Mira hacia la piscina de nuevo, ahora virando la cabeza. Allí nada la historia, en la figura de Vanessa García, única mujer puertorriqueña en clasificar a cuatro juegos olímpicos. Son más de las seis de la tarde, hora número 13 de su día, y la vegabajeña hace ejercicios de resistencia en el agua con una soga de goma. En el agua la acompaña un grupo de jóvenes y niños que Zanoni entrena para un club de la piscina municipal de Barceloneta, su cuartel general desde hace unos años.
Zanoni –así le dice todo mundo, Zanoni, personal y pico, y como esto es la historia personal del triunfo de Vanessa y Zanoni, así le diremos aquí– da una instrucción de rutina y sigue hablando de Vanessa.
“Hay que levantarse a las cuatro de la mañana para estar a las cinco en el agua. Acabamos a las siete y pico y ella se va al gimnasio. Luego va el almuerzo y el descanso en la tarde. A las 5:00 p.m. estamos en la piscina de nuevo. Son 16 años en estas, y ahora a este nivel, no es fácil. Hay atletas del más alto nivel que entrenan toda una vida y no logran ir a unas olimpiadas”, indicó.
En la piscina sigue Vanessa entrenando, su mente puesta en sus cuartas olimpiadas, las de Río de Janeiro. Ese momento en agosto será uno de los máximos del deporte olímpico femenino de Puerto Rico, y uno de los más importantes de la carrera de Vanessa, la cual, según percibimos, no tiene intención de finalizar luego de Río 2016.
“Cuando me preguntan si acabo en Río, pienso que pudiera ser, pero realmente no sé porque yo me siento bien ahora mismo”, le dijo a Diálogo.
“Si yo me voy a retirar, quisiera ver a alguien detrás de mí que vaya a llenar estos zapatos. Veo que en varones hay un auge, pero en femenino veo a las nenas aún rezagadas. Quiero ver a alguien cerca de romper mis récords [nacionales]. Quiero irme orgullosa porque se queda alguien a representar el país”, puntualizó con entusiasmo.
La joven señala que el día que deje la competencia de alto rendimiento le gustaría quedarse trabajando con el futuro de la natación puertorriqueña.
“No puedo despegarme de la natación”, dijo sonriendo. “Siempre trato de darles consejos y ayudar durante las distintas horas en las que coincido con otros entrenamientos”.
En algún momento, quizás Vanessa fue la que mereció el consejo. Sí, son cuatro olimpiadas, un logro brutal, algo que no es normal, una hazaña estadísticamente casi improbable. Pero…
¿Y si le decimos que pudieron haber sido cinco?
Maracaibo ’98: “Me frustré, me frustré”
Las últimas brazadas que dio en aquella tarde de agosto de 1998 en la piscina centroamericana de la venezolana ciudad de Maracaibo no las dio con mucha pasión que digamos. Su deseo competitivo iba mustio, ataviado de la indiferencia de adolescencia, frustración de esas que le da a la gente cuando tienen 14 años y las cosas no salen como se espera.
Sí, ganó una medalla de oro en los relevos de 4×100 libres junto a sus compañeras Lysandra Álvarez, Fracheska Salib, Solimar Mojica y Sonia Álvarez, pero en sus eventos de 50 y 100 metros, Vanessa no logró ningún metal. Yo sí me quito, dijo Vanessa después de eso.
“Dejé de nadar porque estaba asustada”, recordó, 18 años después de aquella participación en los Juegos Centroamericanos y del Caribe (CAC).
“Desde los 12 años no mejoraba en los 50 metros libres. Maracaibo me frustró mucho. Siempre estaba entregada a mi entrenamiento, pero no veía mejores resultados. Me frustré, me frustré. Decidí dedicarme a estudiar, a ser una niña normal, a poder salir si mis amistades me invitaban. Eso quería”, aseguró.
No fue a los Juegos Panamericanos. Tampoco le interesó hacer los tiempos que se requerían para los Juegos Olímpicos de Sidney 2000. Simplemente, se dedicó a disfrutar sus años de estudiante en la escuela superior Juan Quirindongo, del barrio Alturas de Vega Baja. Curiosamente, en 1998, cuando Vanessa pensaba que se retiraría definitivamente –curioso retiro, a los 14 años de edad, ¿no?– el destino ya preparaba el escenario para su regreso.
Zanoni y su zen cubano
“En 1998 me quedé en Puerto Rico. Ya cumplo 18 años aquí”, manifestó Zanoni, con una sonrisa en el rostro.
Si usted no lo conoce, sepa que Zanoni es a fuego. Esa es la vibra que da de entrada, la de un tipo sin temor a echar chistes, y con una enciclopedia de conocimiento de técnica deportiva en su mente producto de su formación en el prestigioso sistema de educación de la otra ala del pájaro, particularmente la Escuela Nacional de Natación Marcelo Salado y la Universidad de las Ciencias de Cultura Física Manuel Fajardo de Cuba.
“Yo soy de Camagüey”, no vacila en aclarar riendo, antes de que lo confundamos con alguien de La Habana.
“Fui nadador, pero a nivel internacional tuve cierto éxito como entrenador, del 1995 al 1998. Fui parte del equipo técnico que logró grandes resultados para la natación cubana en las Olimpiadas de Atlanta ’96”, expresó el entrenador.
En esos juegos, Cuba, país caribeño que en aquel momento sufría duros estragos por el Período Especial que instituyó el gobierno tras la caída de la Unión Soviética, ganó las que hasta ahora han sido sus únicas dos medallas olímpicas en natación. Ante la mirada del mundo y contra todo pronóstico, Cuba coló dos nadadores en el podio, en el evento de 100 metros espalda: Rodolfo Falcón agarró plata y Neisser Bent ganó bronce.
“Era un momento de muchos viajes, de muchos intercambios internacionales. Con Puerto Rico, por ejemplo, había un convenio interno entre las federaciones, un intercambio sólido”, resaltó Zanoni.
Los boricuas iban a Cuba a entrenar y recibir educación técnica del sistema cubano. Se encontraban en cuanto quinceañero internacional se hiciera en una piscina. Nadadoras y nadadores de Cuba y Puerto Rico se conocían bien, veían el desarrollo de sus mejores prospectos, era un trueque de conocimiento y tácticas.
“A Vanessa, por ejemplo, recuerdo verla de niña en Cuba antes de ir a Maracaibo, tanto en competencias como en fogueos y entrenamientos en Cuba”, destacó Zanoni.
Y pues, que terminó Zanoni enamorándose de Puerto Rico y su gente, “ya yo tengo una condena perpetua de amor acá”.
Considera que la decisión de salir de Cuba es muy personal y reconoce que no fue fácil abandonar su país.
“Fue muy difícil en el plano personal. Dejé una nena, a mi papá enfermo, tomé decisiones muy fuertes. Estuve siete años sin visitar mi país, sin ver mi familia. Mi papá falleció y yo no pude entrar la isla para el funeral”, suspiró Zanoni. En aquel momento,“eran otras las circunstancias”, por lo que un deportista que intentase ahora hacer algo similar a lo que él hizo pudiese correr mejor suerte.
“Me alegro mucho en esta nueva conversación en la que el mundo se abre a Cuba y Cuba al mundo, independientemente de las ideologías de todos los sectores”, manifestó con tranquilidad.
Ya en Borinquen, Zanoni se unió al prestigioso equipo de técnicos deportivos que a finales de los 1990 armó la American University, en búsqueda de gloria en la Liga Atlética Interuniversitaria. ¿Vanessa? En su casa. Decidía si le pichaba o no a las distintas ofertas para nadar a nivel universitario, muchas de universidades en Estados Unidos.
“En mis años en la high, siempre estuvo en mi mente que necesitaba conseguir una beca para la universidad. Mis padres no son pudientes, lo han dado todo por nosotros”, mencionó la nadadora.
“Además, me retiré a los 14 años siendo la más rápida y todavía lo era durante toda la escuela superior. También se me hizo difícil esa transición, salirme de la natación. Total, al final ni salí tanto a janguiar, lo que hice fue descansar”, rió.
Durante ese período las altas esferas de la Federación Puertorriqueña de Natación (FPN) estuvieron detrás de ella, “pero yo estaba bien renuente”.
Zanoni estaba al tanto de la situación y ya para el año 2000 maquinaba como abrirle a Vanessa la puerta hacia su providencia. Estaba convencido que en la Villa del Naranjal vivía uno de los talentos más insólitos que ha visto la natación caribeña: “Le hice un acercamiento, de parte de la universidad, con el pretexto de que no iba a nadar para la federación, sino para la universidad y para la LAI”.
Vanessa indicó que “varias universidades tocaban mi puerta, aun cuando ya no nadaba”, pero optó por ser pirata de la American University. “Lo que me ofrecían estaba bien. Lo que yo quería estudiar lo estaban dando. Fueron cosas que yo no me esperaba”, resumió.
“Solo nadar en la LAI, ese era el acuerdo”, exasperó Vanessa.
Pasó el 2002 y con él los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador. Todo apuntaba a que Vanessa se encaminaba a perderse otro ciclo olímpico. En 2003 apareció la oportunidad perfecta para un retorno a la competencia federativa.
“El equipo de Vega Baja necesitaba atletas”, interpuso Vanessa.
El municipio inauguraba su piscina y necesitaba quórum de nadadoras y nadadores para competir a nivel federativo. Vanessa se perdió los Juegos Panamericanos de ese año a pesar de ya destrozar la LAI, pero al menos ya estaba de vuelta en las competencias federativas, y por ende en las de la Federación Internacional de Natación (FINA). Zanoni posaba su mira en las olimpiadas de Atenas ’04.
El coach camagüeyano le hizo una trascendental propuesta: “Dame la oportunidad de entrenarte, pues estoy convencido de que puedes superar los tiempos” necesarios para competir en los 50 y 100 metros libres en Atenas. “No son fáciles, pero no son imposibles”.
Vanessa hizo el tiempo necesario para los 100 metros sin mucho problema. El requerido para los 50 metros, rememoró Vanessa, “lo hice una semana antes de las Justas LAI, en abril de 2004”, con un dedo fracturado. Nada mal para una nadadora internacional que estuvo fuera cuatro años y ni siquiera había intentado buscar la marca para ir a las pasadas olimpiadas.
Según Zanoni, “empezó a ganar confianza”. Ganó el torneo regional de la Confederación Centroamericana y del Caribe de Natación (CCCAN) en 2006 y llegó a finales en el Mundial de Natación en Montreal. Retornó a los Juego CAC, esta vez en Cartagena de Indias, Colombia. Allí le dio a Puerto Rico dos preseas de oro en los eventos de 50 y 100 metros.
La cosecha siguió en los Juegos Panamericanos de Río ’07, aunque con un chin de ayuda celestial, como decía Pacheco.
“En 2007 logramos un tercer y cuarto lugar. Pero cuando el oro arrojó positivo a dopaje en ambos eventos subimos a plata y bronce, en 50 y 100 metros, respectivamente”, explicó Zanoni, en alusión al escándalo de dopaje de la brasileña Rebecca Gusmao, despojada de sus medallas en casa.
Después de eso, Vanessa logró el tiempo requerido en los 50 metros libres y fue a sus segundas olimpiadas, Beijing ’08. Allí detuvo el cronómetro en 25.81 y no pasó de primera ronda. Tranquila, Aquawoman boricua, que esto sigue. Por ahí vienen los Juegos CAC, en casa.
“En Mayagüez 2010 rompí mi marca personal y también el récord nacional en los 50 metros”, volvió a saborearse Vanessa aquella justa en la que ganó dos medallas de oro frente a sus gozosos compatriotas. “Y aunque hace un año atrás volví a romper esas marcas, al nadar para 25.07 en una competencia nacional, creo que Mayagüez 2010 ha sido mi mejor carrera, por todo lo que significa un escenario internacional”, manifestó.
Al son de plena. Los presentes en la piscina centroamericana de Mayagüez 2010 celebraron el oro:
En los Juegos Panamericanos de Guadalajara ’11, Vanessa se quedó a .15 segundos de ganar medalla en los 50 metros, arribando en cuarto lugar con tiempo de 25.39. En los 100 metros también arribó cuarta, a .12 segundos del metal de bronce. Así las cosas, llegó a su tercera olimpiada, Londres ’12. Nuevamente, falló en pasar de primera ronda tras nadar para 25.57 y acabar en el 29no puesto entre 74 competidoras. A seguir tratando, pues.
Parada en el quirófano antes de Río ‘16
Con la ruta hacia Río ’16 llegaron nuevos retos. Vanessa tenía una molestia seria en el hombro y había que tomar una decisión. Competir o no, esa es la mojada cuestión.
“’Si quieres nadar al mismo nivel en el que compites ahora, tienes que operarte’, me dijo el doctor. ‘Si te vas a retirar, entonces con las terapias y rehabilitación debes estar bien’. Y yo quería seguir. Me operaron y estuve prácticamente un año fuera, sin competir desde Londres, y desde marzo hasta agosto sin nadar”, dijo Vanessa. A finales de septiembre de ese año volvió, y en diciembre ya había roto el récord nacional de piscina corta.
Vanessa regresó al podio centroamericano en los CAC de Veracruz ’14, con una medalla de plata en los 50 metros y un bronce en los 100. El ciclo olímpico prosiguió para Vanessa con un octavo puesto en los 50 metros y un séptimo en los 100 durante los Juegos Panamericanos de Toronto ’15.
En junio de este año, días antes de hablar con Diálogo, Vanessa consiguió su boleto olímpico a Río ’16, nuevamente en los 50 metros libres. Se siente bien en el aspecto competitivo y alude al impacto sicológico que Zanoni ha tenido durante todos estos años, verdaderamente “él es mi sicólogo deportivo”, pues aunque el Comité Olímpico ofrece ese servicio, “se me hace difícil por la distancia”.
“Tendría que ir a San Juan o a Salinas, yo vivo en Alturas y entreno en Barceloneta. A Zanoni lo veo todo el tiempo. ¡Zanoni es mi sicólogo!”, rió.
El coach reconoce que la sicología “es un eslabón más” del entrenamiento, como la alimentación, lo físico y lo técnico. “Si por cosas de la vida el coco te patina se te cae todo el entrenamiento”, dijo bien serio.
Entonces, empieza a hablar como el entrenador Freddy Roach cuando habla de su pupilo Manny Pacquiao, con un mezclado tono de amor paternal y pasión competitiva que pocas relaciones de ‘coach’ y atleta cargan.
“Ahora mismo, buscamos mantenernos siempre al tanto de la nueva natación. Todo cambia, ya mis prácticas ni se parecen a lo yo hacía cuando llegué acá. Por vez primera hemos cambiado la preparación física y le agradezco mucho a Ricardo Guadarrama del Comité Olímpico por su ayuda”, dijo Zanoni.
“Estamos ahora en una etapa específica de trabajar en potencia y velocidad, tanto en tierra como en agua. Trabajamos mucho con las capacidades aeróbicas en el agua desde cuatro kilómetros hasta siete, ocho kilómetros, pero entendemos que con distancias menores podemos destinarnos más a la intensidad. Se ha dado énfasis en las pesas en combinación con un trabajo de velocidad y más enfoque en las salidas, en la potencia del salto, en la potencia del movimiento de delfín debajo del agua. Y yo estoy muy, muy positivo, esa es la realidad”, expresó.
El coach dijo que la meta no es pensar que “porque estamos clasificado uno va a ir a pasear. Con ver el número 24 en la pizarra olímpica soy feliz. Además, bajar a 24 le puede dar confianza o una vivencia más a Vanessa, por si quiere seguir”.
Y Vanessa quiere ser la primera boricua en bajar a los 24 segundos en los 50 metros libres. “Cualquier cosa puede suceder” en ese evento de 50 metros libres, que “es bien impredecible”. Pero, y después de tantos años juntos, lo más que quiere es que Zanoni, una de las personas más importantes de su vida, sea feliz.
“Zanoni es mi entrenador, mi otro padre”, declaró Vanessa. “Sabe cómo encaminarme. Más que una relación de entrenador y atleta, es como de padre e hija”.
Un dúo para la historia. ¿Alguien dijo quinta olimpiada?