A 10 años de emerger de los grises y las sombras, Y no había luz cerró la celebración de su década con las máscaras y títeres que de las tinieblas cervantinas surgieron hace cuatro siglos. El retablo de Maese Pedro, la ópera para marionetas de Manuel de Falla, inspirada en los capítulos 25 y 26 de la novela Don Quijote, hizo eco en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico (UPR) el viernes pasado.
El Festival Casals, que comenzó el 20 de febrero, abrió esa brecha para la fusión del teatro, las máscaras y la danza con la música clásica. Ellos, invitados por el propio director de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, Maximiano Valdés, supieron tejer la humanidad y las difusas líneas de la ficción y la realidad en el pintoresco relato de Cervantes.
El teatro daba cabida para centenares de personas más. Queda el sabor amargo de muchas butacas vacías, pero no queda claro el porqué. Podría contestarse a modo de consuelo que la gente prefirió ver el recital desde sus casas a través de la televisión, en WIPR-TV, canal seis. Mas, una transmisión en alta definición no logra enmarcar las sombras del maestro español Víctor Pablo Pérez conjugándose en las paredes como si estuviera dibujando el Pregón o cualquiera de los seis cuadros que componen el Retablo de Maese Pedro. Tampoco recoge las miradas fascinadas de los pocos niños ante un escenario que presentaba a los moros y el imperio de Carlomagno en un choque por Melisendra, mucho de lo que Cervantes satiriza en su novela.
Las voces de Ricardo Rivera-Soto (barítono), como Don Quijote; Meechot Marrero (soprano), como el Trujamán; y José Daniel Mojica (tenor), como Maese Pedro, pintaron, cual canvas, un escenario colorido, divertido, audaz y, sobre todo, jovial. Juntes como este –con talento joven y de altura- eluden el sesgo generacional que se le suele adjudicar a los conciertos de música clásica o sinfónicos. En la sala, aunque llegaron pocos jóvenes, los que estaban compartían la experiencia con los asiduos fanáticos del festival que, al menos, le llevan unos 30 años.
La noche rememoró y celebró a Cervantes a 400 años de su fallecimiento. Por lo tanto, el repertorio fue todo un derroche de piezas apócrifas y de prosa reflexiva. Muero porque no muero (cantata para Santa Teresa) de Gian Carlo Menotti fue la pieza de arranque, interpretada por la soprano Meechot Marrero. Le siguió el canto de tres partes de Don Quijote a Dulcinea de Maurice Ravel, en la voz del barítono Ricardo Rivera-Soto. Las piezas fueron precedidas por breves antesalas explicativas de la catedrática y distinguida profesora de literatura, Luce López Baralt.
Al dar su introducción a la obra de Manuel de Falla, López Baralt advirtió, muy acertadamente, sobre el cruce entre la ficción y lo real. “Un personaje de ficción destruye a los otros. Los reales somos nosotros, pensamos desde nuestras butacas de espectadores. No estemos tan seguros”, precisó. Y es que, El retablo de Maese Pedro no es otra cosa que el engrandecimiento de un relato dentro de otro. Los dos capítulos son la evidencia clara y robusta del ingenio satírico de Cervantes, henchido de valores universales y de una ficción que irradia en el desamor y frustración real que todos conocemos.
En eso, las máscaras y los mimos del colectivo teatral fueron claves. El Trujamán, una marioneta en la que Yussef Soto y Carlos Torres se hicieron uno, es buen ejemplo. Los títeres son, por naturaleza, los artificios que, más allá de satirizar, hacen sentir muy de cerca la fragilidad humana, sus carencias, imperfecciones y, también, sus alegrías. Más que todo, humanizan. Dan vida.
En ese acto de humanizar, Trujamán, mientras narra la aguerrida gesta de don Gayferos en el retablo, vuela y también queda prisionero, como los dos titiriteros arrestados en Madrid el pasado mes, por “enaltecer el terrorismo” en una de sus presentaciones. Y es en ese espíritu que Trujamán, preso, vivió una de las más crudas y humanas experiencias que cualquiera pudiera atravesar, el entrampamiento de una democracia que no es más que ficción. Y seguirá cayendo cada vez que la representación vuelva a la vida.
El Quijote culminó destruyendo ese teatrillo, atormentado y encolerizado por la injusticia con Melisendra y descorazonado por su Dulcinea. Pero conserva la nobleza de un espíritu que, con las letras, alecciona y alienta a la posibilidad de un mundo mejor. Y eso –aleccionar, alentar y humanizar- es lo que hace Y no había luz. De entre un mundo de sombras y grises imposibilidades, cuecen lo etéreo y lo posible de vivir mejor.
El teatro es mucho, menos falso. Es un arma ofensiva, poderosa y humana que pocos saben utilizar bien en 10 o más años. Mas, Luce López Baralt lo dijo mejor.
-“El teatrillo es inocente solo en apariencia”.
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