Si hay duda del éxito alcanzado por el sistema deportivo cubano implantado después de la Revolución de 1959, basta con ver a los boxeadores Teófilo Stevenson y Félix Savón, el primero en los setenta y ochenta y el segundo en los ochenta y noventa. Comencemos con Stevenson. Tras destrozar a la oposición en los pesos medianos, Stevenson incursionó en los pesos pesados en 1968 en el Campeonato Nacional Juvenil, en La Habana. Ya en 1972 representaría a Cuba en tal peso en las Olimpiadas de Munich, dónde sostuvo una grna batalla ante el estadounidense Duana Bobick, aquel campeón panamericano que la prensa norteamericana denominaría como “la gran esperanza blanca” y quien realizaba su útlima actuación aficionada ante las invitaciones del profesionalismo para reñir con gente como Joe Frazier y Mohammad Alí. Stevenson venció a Bobick en cuartos de finales tras derribarlo tres veces en el tercer asalto. Venció facilmente al alemán Peter Hussing en la semifinal y ganó el oro en la final olímpica tras no presentarse el rumano Ion Alexe. Las ofertas para desertar no se hicieron esperar, especialmente por los promotores de boxeo profesional que veían en Stevenson una mina de oro.
El primero fue un promotor argentino, que según explicó recientemente Stevenson, era manejador de Oscar Bonavena. “Si con Bonavena yo me busco 100 mil dólares, a ti te veo como un saquito verde de millones”, dijo el púgil cubano que le propuso durante las Olimpiadas de Munich ’68 aquel mercader deportivo que decía que lo veía derrotando en un futuro cercano a Joe Frazier por el máximo cetro del box rentado. “Prefieron el cariño de ocho millones de cubanos”, respondería Stevenson. “Y no cambiaría mi pedazo de Cuba por todo el dinero que me puedan ofrecer”. Posteriormente, Stevenson ganaría los campeonatos olímpicos de 1972 y 1976, convirtiéndose en apenas el segundo boxeador en lograr tal hazaña. Savón también compitió en los pesos pesados. Era una máquina y los Mike Tysons y Evander Holyfields de la vida deben agradecer que este gladiador nunca fue profesional. Los números de su carrera en el boxeo aficionado hablan por sí sólos: seis medallas de oro y una de plata en Campeonatos Mundiales (EEUU ’86, USSR ’89, Astrualia ’91, Finlandia ’93, Alemania ’95 Hungría ’97 y plata en EEUU ’99), tres medallas de oro olímpicas (Barcelona ’92, Atlanta ’96 y Sidney ’00; no compitió en Seúl ’88 por el boicott cubano) y victorias ante púgiles que despuntaron en el profesionalismo como Ray Mercer, Kirk Johnson y David Túa (propinándole el único nocáut en su carrera boxísitica). En los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce ’93, la empresa estadounidense de la afamada familia Duva le ofreció un contrato de $10 millones a Savón para que saltara al profesionalismo y disputara el cetro mundial con Holyfield. “Savón vale una fortuna”, dijo Kathy Duva, de la empresa Main Events, la cual ha propiciado más de cien millones de dólares en la carrera de Holyfield.
Savón se la bateó de inmediato: “Yo sé que Cuba es un país pobre, pero me siento bien con el cariño de mi pueblo al que no puedo defraudar… Yo me conformo con ganar mundiales y olimpiadas. No me interesa el profesionalismo, porque además considero que los boxeadores son explotados y dañados en su salud. Hay demasiada comercialización. Yo adoro el boxeo, el deporte y mi país, me gusta ser famoso y ser admirado, y trataré de llegar a las olimpíadas de Sidney 2000 para igualar los galardones olímpicos de Stevenson”, dijo durante Atlanta ’96, cuatro años antes de ganar el oro en Sidney.
Con su elegante estilo en la pista, Alberto Juantorena revolucionó el atletismo latinoamericano y reafirmó la excelencia de los programas deportivos cubanos. Bautizado por muchos como “El caballo”, este espigado atleta de sobre seis pies de estatura dominó la escena mundial del atletismo durnate la década de los setenta en las carreras de 400 y 800 metros, convirtiéndose en las Olimpiadas de Montreal 1976 en el primer competidor en ganar oro en ambas distancias y repitiendo la hazaña. Después de alcanzar las semifinales de los 400 metros en Munich ’72, Juantorena agudizó su entrenamiento enfocándose además en los 800 metros. Los frutos de tal intensidad en su nuevo método de entrenar se vieron en Montreal, cuando prácticamente participó en los dos eventos simultáneamente, ganando la final y pulverizando el récord de los 800 metros apenas tres días antes de conquistar la presea dorada en los 400. En el Mundial de 1977, en Dusseldorf, Alemania Federal, Juantorena repitió la hazaña y la monoestrellada cubana se volvía a alzar. “Dedido estos triunfos a Fidel y a la Revolución”, dijo ese año Juantorena.
La historia de Quirot, sin embargo, es más emotiva y menos estadística. Luego de una ardua preparación a niveles menores, Quirot despuntó en el ámbito mundial en el Mundial de Atletismo de 1989 logrando los títulos en en los 400 y 800 metros, junto al galardón de mejor atleta femenina del certamen. Posteriormente, en 1991, ganó el bronce en el Mundial de Tokío y un año más tarde repirtió ese logro en las Olimpiadas de Barcelona ’92. Pero fue en 1993 cuando se probó como atleta y ser humano. Quirot cayó víctima de un terrible accidente doméstico que quemó gran parte de su hogar y le proporcionó quemaduras en más de 50% de su cuerpo. Muchos pensaban que ese sería el fin de su carrera. Esa gente, empero, no contaba con que la voluntad de esta atleta fuese de la férrea manera que es. También desestimaron los adelantos de la medicina cubana, que en la década de los noventa se consideraba vanguardista. En medio de operaciones y tratamientos de recuperación, Quirot se agenció la plata en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Ponce ’93 como preámbulo a su más grande logro dos años después. En el campeonato Mundial de 1995, en Gotemburgo, Suecia, y aún recuperándose de haberse quemado más de la mitad de su cuerpo, Quirot se llevó la medalla de oro en los 800 metros.
En las Olimpiadas de Atlanta ‘96, ganó plata demostrando que si se tiene tezón suficiente se puede superar cualquier cosa. “En Ana Fidelia se ve la determinación del pueblo cubano”, dijo Fidel Castro para el diario el Granma luego de Atlanta ’96.
La selección cubana de béisbol es una institución, un pilar de la cultura cubana, como lo son Los Van Van, el batá, Silvio Rodríguez o el mismo Fidel Castro. Y es que desde la década de los ’30, Cuba anda repartiendo el bacalao a nivel mundial, sin importar que el multimillonario béisbol de Grandes Ligas le haya quitado varios de sus más grandes jugadores como Liván y Orlando ‘El Duque’ Hernández, José Contreras, y, más reciente, el fenómeno zurdo Aroldis Chapman. En el béisbol decir Cuba es decir excelencia, es casi grotesco su dominio mundial: en cinco Olimpiadas en las que el béisbol se ha jugado (desde Barcelona ’92 hasta Beijing ’08) su seleccion ha ganado tres preseas de oro y dos de plata; posee además 12 medallas de oro en Juegos Panamericanos (1951, 1963, 1971, 1975, 1979, 1983, 1987, 1991, 1995, 1999, 2003, 2007); y tiene a su haber 25 oros más en campeonatos mundiales de béisbol aficionado (1939, 1940, 1942, 1943, 1950, 1952, 1953, 1961, 1969, 1970, 1971, 1972, 1973, 1976, 1978, 1980, 1984, 1986, 1988, 1990, 1994, 1998, 2001, 2003 y 2005).
Pero ha sido en los últimos años cuando el fanático común del béisbol, aquel con gorras de los Yánquis de Nueva York y de los Dodgers de Los Ángeles, ha estado más cerca de su grandeza. Cuando la Major League Baseball (MLB) convenció a la Federación Internacional de Béisbol Aficionado a tumbarse el Aficionado para organizar el Clásico Mundial en 2006, Cuba no vaciló en decir presente. Como suele suceder, el deporte avivó la controversia con el embargo estadounidense, pues la administración del presidente George W. Bush le puso trabas para venir a Puerto Rico para la primera ronda del torneo. Pero todo se resolvió gracias a la amenaza de la Federación de Béisbol de Puerto Rico de quitarle el aval al evento. Cuba fue al torneo y llegó a la final, donde cayó ante Japón, llevándose aún así la segunda bolsa más grande del torneo.
Y este año, Cuba regresó al Mundial, dónde terminó primero en su grupo a pesar de haber sido eliminado en la segunda ronda. Al cierre de esta edición, la Federación Cubana de Béisbol y el Instituto Nacional de Deportes (INDER) se buscaban agilizar los procesos burocráticos para recibir el premio de un millón de dólares correspondientes a su ubicación en el Mundial 2009, aflorando nuevamente los defectos del embargo.