Pocos han oído su nombre. Sin embargo, Jim Thorpe, original de Oklahoma y nacido en 1887, pasa por ser un serio candidato al galardón de mejor atleta de la historia. Hijo de un granjero y una india, Thorpe vino al mundo en territorio salvaje. Le llamaron Wha-Tho-Huk, Sendero Brillante, como si por alguna extraña razón hubieran adivinado el glorioso camino que iba a recorrer.
Tras una dura infancia, en la que vio morir a su hermano gemelo, a su madre y a su padre, Thorpe se marchó, con 20 años, a la Escuela Industrial India de Carlisle (Pennsylvania). Allí comenzó una carrera deportiva digna de todo un atleta todoterreno. Practicó fútbol americano, béisbol, atletismo, lacrosse y baloncesto. Destacó en todos ellos, e incluso, en fútbol, fue elegido dentro del mejor equipo universitario en 1909 y 1910.
Su entrenador, Glenn Warner, advirtió sus excepcionales cualidades atléticas y le propuso probar en las pruebas combinadas. Unos meses después había deslumbrado en los campeonatos universitarios y se había ganado una plaza para los Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912.
A Suecia llegó un indio americano al que nadie conocía. Pero Thorpe logró que todos recordaran su nombre. Ganó el oro con enorme autoridad en el pentatlón y el decatlón, algo insólito hasta entonces, con marcas que incluso se acercaron a los récords mundiales. Además, participó en salto de altura y de longitud, en los que obtuvo unos meritorios cuarto y séptimo puestos.
La exhibición de Thorpe maravilló al Rey Gustavo V, quien, al entregarle las preseas doradas, le obsequió con un elogio que ha pasado a la historia: “Caballero, es usted el atleta más grande del mundo”.
Pero la leyenda de Jim Thorpe se engrandeció cuando el Comité Olímpico Internacional (COI), por entonces muy estricto con el carácter aficionado de los Juegos, le despojó de sus dos medallas. El COI descubrió que Thorpe había jugado al béisbol como semiprofesional, cobrando 25 dólares por semana, algo totalmente prohibido por las normas del amateurismo.
Los dos atletas que, en consecuencia, recibieron el oro, manifestaron que aquellas medallas no les pertenecían. Esta sanción hundió totalmente a Thorpe, que no pudo volver a competir en unos Juegos y llevó una vida turbada hasta su muerte, en 1953. El mundo del deporte siempre le admiró y le dio su apoyo. De hecho, la agencia Associated Press le nombró como el mejor deportista de la primera mitad del siglo XX.
El día de su muerte, el New York Times publicaba: “Su recuerdo debería conservarse como merece: como aquel del más grande atleta de nuestros tiempos”.
Tal fue el impacto de su persona y de la injusticia que con él se había cometido, que al COI, años después, no le quedó más remedio que rectificar.
En 1982, sus logros y marcas fueron oficialmente restablecidos y dos de sus hijos recogieron las dos medallas de oro. Habían pasado 70 años, pero el mérito de Thorpe quedó, al fin, reconocido.
Fuente Páginas Deportivas