En un intento por modernizar la historia del rey de la selva, The Legend of Tarzan pretende mostrar lo nunca antes visto teniendo en cuenta las pasadas representaciones del reconocido personaje creado en el 1912. Sin embargo, el resultado final de estos esfuerzos se compone de casi dos horas de una amalgama de estilos y promesas semi cumplidas.
La película, que estrena hoy en cines, incita al personaje principal a regresar a sus raíces en vez de permanecer como una bestia domesticada el resto de su vida. Protagonizada por Alexander Skarsgård y Margot Robbie, en esta versión vemos a un John Clayton III, Lord Greystoke (Skarsgård), aclimatado al mundo burgués en Inglaterra junto a su esposa Jane (Robbie). Su pasado como ‘rey de la selva’ es abordado como un tiempo remoto que debe enterrarse.
En el filme, una entrampada visita a África desata el esperado regreso a la ‘barbarie’ y al Tarzan de quien tanto se habla. George Washington Williams, interpretado por Samuel L. Jackson, lo acompañará en su travesía para enfrentarse al capitán Leon Rom, papel jugado por Christoph Waltz, quien pretende destruir la preciada jungla por órdenes del rey Leopoldo.
Ahora bien, el empeño de convertir este clásico, recordado mayormente por la versión de Disney del 1999, en una película de acción obliga a sus personajes a balancearse entre caminos trillados y predecibles. Esto se debe a la pluma de Adam Cozad (Jack Ryan: Shadow Recruit) y Craig Brewer (Footloose, Black Snake Moan), al igual que el director, David Yates (las últimas cuatro películas de Harry Potter), quienes intentan mezclar el humor y la acción, a la vez que malgastan las reputaciones de los miembros del elenco en búsqueda de mejor cohesión.
Clayton/Tarzan, se bate entre ser o no ser uno u otro, como si se tratara de un drama shakespeareano. Esta lucha de identidad no se siente genuina en el largometraje, además de ser opacada por el enaltecimiento de las habilidades sobrehumanas del personaje y la constante alusión a su apariencia física que, no puede negarse, es impresionante.
La actuación de Skarsgård, conocido por la serie de HBO True Blood, consiste de una actitud oscura y misteriosa, junto a gruñidos y expresiones de disgusto. Sus diálogos se ven acechados por la sombra de un pasado que el público solo conoce a través de escenas retrospectivas que aluden a sus orígenes. Con su voz ronca y pecho al descubierto, Skarsgård parece estar en una flexión de músculos eterna. Esta agonía es aliviada por el hecho, tal vez cómico o tal vez trágico, de que su presencia remite a un Jason Statham con una peluca rubia. Tal vez con Statham las escenas de acción de esta película hubieran sido mejores.
La única excepción en donde su actuación no es tan blanda se da junto al personaje de Jackson. Entre ellos surgen momentos cómicos y ligeros que alivian la travesía en términos de historia y de quien la ve. Como dúo demuestran buena química, aunque dejan al espectador con ganas de ver un poco más de esta amistad desarrollada entre árboles y gorilas.
Jackson, por su parte, juega un rol interesante, pues es una mezcla de ficción y realidad. Históricamente, George Washington Williams fue quien descubrió el complot del rey Leopoldo de apropiarse de tierras africanas y esclavizar a su gente. Añádale un poco de humor y a Samuel L. Jackson intentando ir al paso de un hombre criado en la selva y tenemos un personaje entretenido.
No obstante, da la impresión que los guionistas se apoyaron demasiado del encanto de Jackson, al igual que de Christoph Waltz y los breves momentos en pantalla de Djimon Hounsou, y no se preocuparon por desarrollar mejor los personajes o, peor aún, los crearon con eso en mente. Waltz llama la atención de una manera positiva en todo rol que interpreta, aunque a veces no tenga mucho material con qué trabajar, como es el caso aquí. Nuevamente, parece un rol hecho a la medida y, por consiguiente, no sorprende y se convierte en un rol más. Sus mejores momentos en pantalla, que son la mayoría, son sus interacciones directas con Margot Robbie.
Ella, con su ingenio y sarcasmo ante Waltz, se propone distanciarse del típico rol “damsel in distress”. Su personaje Jane y el filme en sí juegan con ese cliché mediante alusiones a su rol como aquello que motiva a Tarzan, que es la carnada perfecta, entre otros usos. Jane se muestra como una mujer fuerte y capaz de sobrevivir sin la necesidad de su esposo, sin embargo, la chispa se disipa ahí. En el intento de superar la mirada convencional del personaje femenino como motivador desechable, el personaje cae en su propia trampa y no deja de ser la mujer en necesidad de rescate. Nuevamente, esto es responsabilidad de los escritores de la película, ya que Robbie hace un buen trabajo.
Visto desde estos dúos -Skarsgård y Jackson y Robbie y Waltz- la película es entretenida, pero cuando esos momentos se escapan, no queda más que soportar el tono sombrío que compone el resto del filme. Ciertamente, estos momentos son un respiro necesario para el espectador.
En The Legend of Tarzan hacen referencia a las versiones anteriores de este personaje, que datan desde su creación en el 1912 y sus interpretaciones subsiguientes. Sobre todo, queda claro que es un intento de atemperarlo a la realidad tecnológica del cine actual. No podemos descartar que los efectos especiales creados por computer generated imagery (CGI), son muy buenos, pero no son un elemento para destacar si fuéramos a convencer a alguien de que vaya a ver la película. Por la naturaleza del filme, se presupone su gran calidad.
Resta preguntarse si The Legend of Tarzan hubiera sido más agradable si los creadores de la película hubiesen explotado un poco más el elemento cómico y le restaban atención a la obsesión de presentar a Tarzan como un héroe sufrido.