La ocasión más reciente que he tenido de conversar con la narradora Dinorah Cortés Vélez fue cuando promocionaba su colección de cuentos Cuarentena y otras pejigueras menstruales. En aquella ocasión, sin embargo, dedicamos parte sustancial de la tertulia frente a la bahía de Cataño (sí, así debería llamarse) a conversar acerca de El arca de la memoria, su primera novela publicada.
Desde el 2011, y de manera paulatina, su libro ha ido ganando un lugar visible entre los lectores. En esa misma dirección, críticos y escritores como la profesora Carmen Zeta y el doctor Armando González Pérez (quienes lo comparan con una especie de bildungsroman femenino y caribeño), así como Ana Marina Rúa Kahn, el doctor Eduardo Ortiz Maldonado y Nelson Esteban Vera Santiago han compartido diversas impresiones en publicaciones o espacios cibernéticos. Lo cierto es que las páginas de la novela no dejan indiferente a nadie. Como apunta el recién nombrado director del Colegio de Artes Liberales de la Universidad Central de Bayamón, el doctor (y fraile dominico) Yamil Samalot Rivera: “El arca de la memoria extasiará a quienes buscan en Puerto Rico y El Caribe, un deleite estético sin igual”.
Dinorah Cortés Vélez es catedrática auxiliar de literatura latinoamericana en Marquette University, Milwaukee. Ella es parte de un grupo de escritoras boricuas establecidas en el circuito académico estadounidense a las que suelo leer, entre quienes están Nancy Bird, Anuchka Ramos-Ruiz, Adriana Garriga-López y Kristina Medina Vilariño.
A continuación comparto fragmentos de la entrevista en los que Dinorah reflexiona acerca de su novela.
Carlos Esteban Cana: Ya van cuatro años desde que Isla Negra Editores publicó tu novela El arca de la memoria… ¿Cómo la ves a la distancia?
Dinorah Cortés Vélez: Yo creo que como primera obra publicada la veo como el libro ideal que siempre quise escribir como primer libro. Ese sentimiento no ha mermado sino que se ha intensificado con el tiempo. ¿Y qué es lo que llamo ideal? Yo quería un libro sobre lo materno que ha sido una experiencia fundamental para mí, que ha vertebrado lo que yo soy: una superabundancia de lo materno.
Carlos Esteban: Algo que se ve desde la portada misma del libro.
Dinorah: Sí, la portada es obra de la artista polaca Marzena Ablewska-Lech, y ya ves la correspondencia que tiene ese enigmático árbol con la novela. Yo quería un libro honesto. Una de las cualidades trascendentes de la literatura es precisamente la honestidad. Y eso no tiene que ver necesariamente con un decir mimético de “la verdad” entre comillas como entendemos decir la verdad en un tribunal, sino llegar a la raíz profundamente humana de las cosas. Y atreverse a decirlas como uno las ve y las ha experimentado sin tapujo. Eso lo intenté hacer y entiendo que lo conseguí: poder expresar honestamente esa profunda raíz de cómo se siente tener una experiencia de lo materno que es avasalladora, que te integra, que a veces duele porque somos seres de carne y eso implica alegría y agonía.
Carlos Esteban: Es curioso que pongas de relieve la honestidad porque, sin embargo, de entrada lo que el lector recibe es ese término, biomitografía, que se recibe con cierta suspicacia, detalle que hasta le añade algo de ambigüedad al contenido al cual uno se aproxima… Y de inmediato, salta la pregunta a primer plano: ¿qué clase de obra literaria estoy leyendo? ¿a qué se refiere Dinorah la autora cuando utiliza esa palabra: biomitografía?
Dinorah: Ojalá fuera mía, no es de mi cuño, es de la poeta neoyorquina Audre Lorde (sus padres eran de la isla de Carriacou que pertenece a la isla de Granada) y ella inventa ese término para su novela Zami: A New Spelling of My Name, A Biomythography By Audre Lorde, incluyendo el nombre de ella todo eso es el título. Lorde se reinventa a sí misma y se cuenta a partir de las zamis que son mujeres granadinas cuyos maridos se tuvieron que ir, emigrar a escala masiva porque allí casi no hay trabajo. Muchos se iban a Granada, muchos se iban a Islas Vírgenes, a veces nunca regresaban y se quedó esta especie de colonia de mujeres solas en Calliacou. Con el tiempo ellas empezaron a desarrollar estos vínculos de apoyo mutuo, muchas veces incluso de quererse sexualmente porque no tenían compañeros. Así que las zamis son como un símbolo mítico de la mujer mollerúa, amorosa y trabajadora. Y con ese símbolo Audre Lorde lo que escribe es como un retrato de la mujer negra lesbiana en Nueva York, en los años 50 en Harlem. Una mujer bien valiente como para afirmarse lesbiana en esa época.
Carlos Esteban: Entonces, y regresando a El arca de la memoria, ¿nunca tuviste en mente en hacer de la novela un retrato de tu vida?
Dinorah: Nunca fue mi objetivo, ni biografía ni autobiografía. Yo no quería un libro mimético. Yo no quería decir lo que pasó. Desde el principio pensé: Yo quiero decir lo que pudo haber pasado; lo que no pasó; lo que se soñó que pasara; lo que pasó de manera opuesta a lo que se quería que pasara; mezclar lo onírico con lo que pasaba en la realidad. Un sancocho prieto, básicamente. Mezclar todos esos niveles de lo que entendemos que es decir una historia o no decirla, y todo en torno al desarrollo de una niña en Puerto Rico en el siglo XX.
Carlos Esteban: Hablemos ahora acerca de la forma, la estructura de la novela, el uso de diversos géneros: la poesía, esos microcuentos a modos de viñeta, incluso el cuestionario o la tarjeta postal insertada. Hablemos de esa manera de construir la narrativa propiamente.
Dinorah: Para mí la forma es casi tan importante en la literatura como lo que uno dice. Yo creo que la forma es lo que le da el pulso vital a lo que sea que se va a narrar. Y esta es una novela bien rebelde en su forma, “bien desobediente en términos de estructura”. Yo quería retar al lector, obligarlo a tener que usar, no solamente el lado izquierdo de su cerebro sino el lado integrativo, el lado derecho. Y es, al fin y al cabo, uno de mis empeños, un reto al autoritarismo.
Carlos Esteban: Hay mucha fragmentación en estas páginas.
Dinorah: Sí, y más que nada fue por la palabra memoria; quería que tuviera el orden de la memoria. ¿Y cuál es el orden de la memoria? Un desorden. La memoria tiene sus propias leyes. La memoria trae, suprime, cambia, tuerce y así mismo funciona la novela. Es la metáfora rectora de la novela: todo el mundo tiene un arca de la memoria. Y todo el mundo la abre y saca al azar cosas. A veces puede salir algo bien sustancioso de esa arca, y a veces salen estas cositas… Una hojita, un botón, un hilo que dispara todo un proceso del recuerdo.
Carlos Esteban: Esa mezcla de géneros abona al interés, sin duda… una técnica que me recuerda también las novelas clásicas de Ernesto Álvarez o Figuraciones del mes de marzo, de Emilio Díaz Valcárcel… Y recientemente la he visto reproducida en obras más recientes: Prosacde Mayda Colón, Eróticade Stefan Antomattei y Autopsia de Anuchka Ramos. A uno, como lector, le da la sensación de estar frente a un mosaico. Uno, en principio, focaliza, en cada pieza de turno “extraída del arca” como expresas. Pero según pasan las páginas ya la suma devela y revela -ya no lo que pertenece a la imaginación o a los sueños-, sino ese linaje arquetípico que conecta a todas esas mujeres, y esto gracias a la memoria.
Dinorah: Yo lo veo como una obra impresionista. Tú estás pegadito a la pintura impresionista y tal vez tú ves las manchitas pero no tienes un sentido de conjunto. Pero mientras más tú te vas echando hacia atrás empiezan a aparecer unas formas y puedes ver cierto sentido de conjunto que a ti te puede hablar de cierta manera, a mí de otra. Algo que es propio y cierto de la literatura en general. Y yo la concebí así, como unos trazos impresionistas.
Carlos Esteban: Hay algunos pasajes de la novela que requiere un lector con cierto grado de cultura.
Dinorah: Sí y no. Sí en el sentido de que hay unos juegos formales. Tal vez hay ciertas alusiones en el texto, ciertos epígrafes o temáticas que se trabajan. Por ejemplo, en una de las viñetas la protagonista está en una clase de filosofía en la UPR, en Río Piedras, estudiando a Kant y la viñeta misma es un tipo de aplicación de lo que está aprendiendo de Kant pero relacionado al enchule que ella tiene del profesor. Esa parte, un lector con más trasfondo filosófico o cultural, será aprecia de una manera particular. Pero lo que es la raíz de esa viñeta: la experiencia de estar enchulao de un profesor. Eso cualquier lector lo va a vivir y experimentar más allá de su trasfondo. Gente que no tiene tanta educación formal, como personas que quiero mucho de mi pueblo (Isabela), han gozado la novela completamente y han entendido la verdad fundamental del libro, desde esa experiencia. Otros lectores más académicos la han leído de otra forma y han sacado cosas que tal vez no están ahí, a primera vista.
Carlos Esteban: Sin duda, El arca de la memoria es un libro que se puede ver como muy accesible pero en esas páginas hay mucha tela para cortar. Gracias, Dinorah Cortés Vélez por esta valiosa conversación.