“Voy bailando al son que me toque”, soltó con una risa minúscula Carlos Santos Rivera, de 21 años, y de entrada la respuesta aparenta cotidianidad.
Como si lo cotidiano fuera danzar al compás de tiros entre los residenciales Berwin y Monte Hatillo, dejar tu casa a los 16 años por irte a bailar ballet, desertar la escuela superior por dos años porque necesitabas trabajar, y entrar a la universidad porque sí, porque la universidad rescata vidas y sueños como ese que tuviste desde pequeño. “Cuando uno aspira a muchas cosas, pero que a veces te las cortan”.
Poco importó que Carlos viniera de un contexto socioeconómico violento y precario, del mismo sitio que sus cuatro amigos muertos y sus otros seis presos. Poco importó que comenzara a bailar ballet en la adolescencia, tardísimo para quienes se dedican a este tipo de danza. Poco importó que, inicialmente, sus familiares no lo apoyaran “porque eso es cosa de niñas” y “porque te vas a morir de hambre”.
Lo que importó fue un sueño y las ganas de vivirlo.
La travesía
Carlos partirá el próximo 28 de junio a Cuba, donde estará hasta el 2 de agosto en un programa intensivo de ballet clásico.
La idea, como parte de su bachillerato interdisciplinario en política pública y arte en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, es conocer las prácticas de la escuela cubana de ballet, así como los programas y el apoyo que ofrece el gobierno a las actividades artísticas, con la intención de estudiarlo y, en la medida de lo posible, incorporarlo al quehacer cultural en Puerto Rico.
Como parte de su investigación, mirar a Cuba podría ofrecerle respuestas a cómo mantener programas artísticos en medio de la crisis económica local, donde la soga tiende a partir por lo más fino, como la cultura.
“Estoy trabajando mucho lo que son las conciencias sociales y políticas, donde ya no son las necesidades de uno como artista las que están hablando sino las que siente todo el mundo –una comunidad expropiada, por ejemplo– y cómo el cuerpo puede expresarlo”, detalló.
Pero en un plano personal, tal vez lo más importante es lo primero: bailar ballet, y la oportunidad de compartir escenario con Laura Alonso, hija de Alicia Alonso, fundadora del Ballet Nacional de Cuba y una de las bailarinas icónicas del siglo XX.
Todavía hoy, a sus 90 años, Alicia enseña. Aun a sus 70 bailaba. Hablar de ella es invocar una leyenda, y para Carlos la posibilidad de entrar en contacto con su ídolo es –como mínimo– un sueño.
Hacer hasta lo imposible
Y con tal de alcanzarlo, ha hecho de todo.
Al momento trabaja como barrista en Arrope por las tardes. Vendió botellas de agua y limonadas en las asambleas de estudiantes del recinto riopedrense para costearse los gastos del viaje y estadía. También ha realizado performances en las distintas protestas que han inaugurado el primer semestre del actual gobierno, con tal de demostrar públicamente su talento.
Lo que quizás Carlos no dice es cómo ha trabajado desde los 13 años por provenir de una familia de escasos recursos. Primero fue bagger, y después gondolero en una farmacia.
“Tuve hasta mi propio negocio, que se llamaba El Matahambre, que era un carrito con una estufita de gas con una neverita al frente y vendía los refrescos a los muchachos y hacía pastelillos de guayaba y queso”, relató.
También fue locutor de radio por seis meses –“no se por qué” confesó– y animador de cumpleaños y actividades. Todo eso, con menos de 18 años.
Fue a esa edad cuando comenzó a trabajar en Arrope y cuando ingresó a la universidad, tras completar el cuarto año de la escuela superior a través del Proyecto CASA. Llevaba dos años como desertor escolar, y casi cuatro bailando.
En el 2010 fue becado por la compañía de danza contemporánea Andanza. Luego, se desarrolló con Hincapié, la compañía de la profesora, coreógrafa y bailarina Petra Bravo. Ahora, en preparación para su viaje a Cuba, entrena becado con el Balleteatro Nacional de Puerto Rico.
¿Y por qué crees que terminaste danzando?, se le preguntó, luego de intercambiar una foto suya de chico, donde mira al televisor que proyecta una pareja bailando, como anticipando su destino.
“No sé cómo salió, eso es un secreto del universo. Toda esa violencia es lo que me creó, y es lo que me hace tan consciente de que ese espacio existe. Hay mucha gente enajenada de lo que se vive en los residenciales. Allí hay mucha gente buena también y mucha gente pobre, con necesidades. La gente me dice ‘Carlos, tú eres bien blanquito, hablas muy lindo’. Pues sí, con mucha educación, y la educación ha hecho que yo sea otra persona, porque yo estaba en las condiciones perfectas para ser un delincuente”, dijo.
“Yo creo que el baile es una expresión que puede hablar por muchas cosas y por muchas personas. El baile es muchas cosas que no puedo decir, es ese canal para decir todo con lo que he bregao. Te lo puedo bailar pero no te lo puedo decir. El baile es eso que el lenguaje no logra”, expresó.
A poco más de una semana para irse a Cuba, a Carlos le faltan $1,000. Ya ha costeado $1,400 con las ventas de las botellas de agua, la limonada, su salario y donaciones. Puede aportar a su viaje vía ATH Móvil, al 939-219-9450, o vía PayPal, al correo electrónico carlossantosxd@gmail.com.