Un cielo liso y sin estrellas; una tarima y un mar de gallitos y jerezanas. Es jueves. Son las 8:30, noche extraña y fresca de este verano eterno. Las calles de la ciudad universitaria retumban, repletas de gente, con la música que vibra desde alguna región profunda del asfalto. Bomba, salsa, música electrónica. En la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, el escenario es igual. Salvo porque este no es un día cualquiera y sí el inicio de algo parecido al futuro. Ahí están los estudiantes de nuevo ingreso; este es su concierto de bienvenida y “El Caballero de la Salsa”, Gilberto Santa Rosa, hará lo propio para que esta noche se gane un lugar en la memoria.
Antes estuvo la cantautora Raquel Sofía, y ahora un hombre ameniza, sin mucha gracia, a la espera de Gilbertito. Varios músicos afinan cueros, prueban sonido, ajustan boquillas. Abajo hay familias, no sólo estudiantes, personas mayores, sillas de playa, food trucks, baños portátiles, guardias de seguridad, parejitas que se besan con la frescura en flor propia de la edad.
Ahora sí. Resguardado por un séquito de titanes, todos de gris, Gilbertito aparece, de impecable camisa negra y pantalón blanco. Aparece y abajo todos hacen la clave, una imagen hermosa de manos gemelas al aplauso. Pap pap pap, pap, pap.
Este año, contra todo pronóstico, la Universidad de Puerto Rico recibió una cantidad inmensa de nuevos estudiantes –13,000– cuya esperanza a prueba de balas también incluye una dosis importante de cocolería. Suena La agarro bajando y Rebeca Zambrana, la trompetista de la orquesta, despierta el brinco unísono de la muchedumbre con su solo de trompeta.
Lo que vendría sería un popurrí de lo mejor de Gilbertito: Un montón de estrellas, Vivir sin ella, Qué manera de quererte, La conciencia. Acá hay que hacer una pausa, porque el maestro Luis Marín se come el piano de oeste a este y todos aplauden. Y todavía las notas tiemblan en el aire. Y ya hay un sudor perlado en cada frente y una humedad que se eleva y se pierde en lo alto.
Un muchacho, camisa roja, barba cana, le da vueltas como trompo a su pareja y ella responde con sazón. Más tarde el trompo sería él. Suena Lluvia y cerca un padre intenta enseñarle a bailar a su hija. Una madre levanta a su hijo en brazos. Le toca el turno a Botaron la pelota y Gilbertito hace gala de sus quilates de sonero. Ha cambiado su voz. Ahora es más robusta y parece estar en su mejor momento.
Sorprende cómo algunos prepas corean canciones anteriores a ellos. Suena Sombra loca. La última será Amor mío no te vayas. Una muchacha, menuda, canta a viva voz, quieta, y se saca un selfie. Adónde irá a parar ese selfie. Una imagen que será señuelo para los días que vendrán. Antes lo dijo Gilbertito: “Gocen su fiesta hoy, después hay que darle duro de verdad”.
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