Es verano, pienso. Es verano, el sol calienta, el mar es hermoso y esta isla y su gente también.
Pienso al mismo tiempo en la notificación que me llegó hace poco más de dos horas al teléfono: “Informe de exdirectora del FMI revela devastador cuadro de las finanzas públicas de Puerto Rico”. Pienso en que siempre es el mismo periódico el primero en saber esas cosas. También, a veces me pregunto cuándo fue la última vez que fui a la playa.
Entré al artículo que hablaba sobre el “devastador cuadro de las finanzas públicas de Puerto Rico”. Era corto. Cinco párrafos y una oración con el link para descargar el informe. El documento tiene 26 páginas. Si no estuviera pensando en lo que escribo, o mejor, si no tuviese nada que pensar, lo leería. Pero ahora no. No puedo. No quiero. Es mitad de verano y pienso que solo he ido a la playa dos veces.
Copy/paste de lo que escribió la periodista Joanisabel González: “Según el informe, en lugar de las cifras que ha provisto el gobernador Alejandro García Padilla y su equipo fiscal, Puerto Rico encara un déficit de $3,695 millones. La cifra aumentaría hasta $5,899 millones en el año fiscal 2018. El déficit, sin cambios a las tendencias actuales, seguiría sin control hasta llegar a los $8,250 millones en el año 2025”.
Pienso en cómo llegamos a estar donde estamos. Es decir, a tener un déficit de tres mil seiscientos noventa y cinco millones dólares. Escrito así, en palabras, me parece más real. Más cruel.
Pienso en que no sé de dónde salen tantas cifras. $72 mil millones en deuda. $3,695 millones en déficit. ¿La deuda está dentro del déficit? ¿Cómo –y en qué– hemos gastado tanto? Dividamos 3,695 millones entre 63, el número de años que llevamos como “estado” “libre” “asociado”. El resultado es 58.6 millones anuales. ¿Qué hemos hecho con tanto?
Digo que estoy pensando, pero en realidad no pienso. No puedo, o mejor dicho, no quiero. La realidad es que pensar, justo ahora, me da miedo. Quizás porque me parece inútil. O tal vez porque ya no sé qué nos queda, ni qué pasará. Digo, lo sabemos, más o menos. Pero no lo sabemos. ¿Qué se supone que sepamos de presupuestos-deudas-déficits nacionales?
Sé un poco: por ejemplo, que la diferencia entre Grecia y Puerto Rico es que los griegos viven en una nación ciertamente libre y que los puertorriqueños viven en una nación falsamente libre. Que en Grecia ya se vive hoy lo que aquí podríamos estar viviendo en algunos meses. Que, a diferencia de los puertorriqueños, la clase política y el electorado helénico han demostrado una voluntad de cambio político. Que en Puerto Rico, voluntad de cambio político significa cambiar un color.
Lo único que sé con certeza es que tengo miedo. Pienso en mi familia y me pregunto qué pasará con nosotros. Y entonces dejo de pensar, porque pensar es sufrir. Quizás lo último que nos quede será la playa, cuando no podamos ir a ningún otro lugar, o cuando estemos en otro. Pienso en eso y lloro. Al menos sé que las lágrimas son saladas, como el mar.