Con la eliminación de los Medias Rojas de Boston el pasado lunes, y el subsecuente retiro de su legendario bateador designado David Ortiz, el béisbol de las Grandes Ligas perdió a una de sus máximas figuras de los últimos 15 años.
Y es que el ‘Big Papi’ no solo conectó sobre 500 cuadrangulares e impulsó sobre 1,700 carreras en su magnífica trayectoria de 20 temporadas, el dominicano también fue la cara de una franquicia que desde 2004 conquistó tres series mundiales, en una ciudad que venía de sufrir una sequía de 86 años sin celebrar un título.
Más aún, Ortiz, desde su llegada a Boston, se caracterizó por ‘crecerse’ en los momentos más grandes: ningún fanático del béisbol olvidará su actuación en la Serie de Campeonato de la Liga Americana en 2004, cuando conectó un jonrón para dejar en el terreno a los Yankees de Nueva York en el cuarto juego; cuando disparó otro imparable para hacer lo propio la noche siguiente; o cuando voló la cerca nuevamente en el séptimo partido para coronar una histórica remontada de una desventaja de tres juegos para avanzar a la Serie Mundial. Similarmente fenomenal fue su desempeño en la Serie Mundial de 2013 ante los Cardenales de San Luis, al conectar 11 hits en 16 turnos, bueno para un astronómico promedio de .688, al tiempo que conectaba dos cuadrangulares para llevarse el premio de Jugador Más Valioso del Clásico de Otoño.
¿Por qué David Ortiz fue capaz a lo largo de su carrera de demostrar su mejor versión en las instancias de mayor presión dentro de la competencia deportiva, en el comúnmente llamado ‘clutch’? ¿Por qué otros atletas son incapaces de sacar lo mejor de sí cuando la situación más lo amerita?
De inmediato viene a la mente LeBron James en la Final de la NBA en 2011, serie en la que la entonces superestrella del Miami Heat exasperó a sus fanáticos con una pasividad inusitada en la cancha, que terminó por hundir a su quinteto ante los desfavorecidos Mavericks de Dallas.
Las respuestas a estas preguntas se encuentran nada más y nada menos que en la cabeza de los susodichos: en la manera en que el atleta maneje esos factores internos y externos que inevitablemente se presentan antes, durante y después de la actividad deportiva.
La psicología deportiva viene a ser entonces el campo que pretende atender esos factores con la intención de que los implicados en la actividad atlética eviten caer en esas trampas que, en última instancia, no hacen otra cosa que limitar su potencial de rendimiento.
“La presión viene a ser el estrés y la presión puede ser tanto externa como interna. Y parte de lo que persigue la psicología deportiva es ayudar [al atleta] a que entrene su mente para manejar adecuadamente la presión. La presión es parte inherente del deporte. [Sobre todo] del deporte de competencia rendimiento”, indicó Fernando Aybar, consultor en psicología deportiva y profesor en el Departamento de Educación Física de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.
“Unas personas saben automáticamente utilizar esa presión como fuente de energía, entiéndase de activación, positiva para lo que están buscando. Otra gente, la presión, sea interna o externa, no la pueden manejar, la prefieren obviar”, agregó el catedrático en entrevista con Diálogo.
Por ejemplo, está comprobado que los atletas, ya sea en deportes individuales o de conjunto obtienen mejores resultados cuando la competencia se lleva a cabo en su cancha o parque local. Sin embargo, ese factor de cancha local, que es un elemento externo a los competidores, solo adquiere relevancia debido a su capacidad de influenciar elementos internos a los deportistas.
“El factor de la cancha local puede implicar que el atleta se siente más confiado porque lo conoce, pero realmente la variable es la autoconfianza, que es algo interno”, explicó Aybar.
Es decir, que el espacio en que se lleva a cabo la competencia no incide de forma ‘mágica’ en el resultado del evento, sino que influye de acuerdo al grado que el atleta lo permita.
Además del término “presión”, Aybar mencionó constantemente en su conversación con este medio los conceptos de “activación” y “autorregulación”.
En el caso de la activación, se refiere al estado de excitación que puede producir la anticipación del momento de la competencia o la competencia misma. Esa activación, de acuerdo con el profesor, es vital para el atleta, pues es lo que le provee la motivación que necesitará para alcanzar sus límites y, por ende, un desempeño óptimo.
No obstante, el nivel de activación no debe ser tal que interfiera con la capacidad de concentrarse. Y es aquí que entra la autorregulación.
“El atleta tiene que aprender independientemente de todos los elementos externos e independientemente del nivel de significancia de que se le dé [al reto deportivo] a autorregular su nivel de energía o activación para mantener el nivel de concentración y atención adecuados. Que eso vaya amarrado de una motivación que lo balancee y no de una que lo desbalancee. Porque alguien puede llegar tan motivado a las olimpiadas que se le olvidó que tenía que descansar antes de la competencia porque estaba ‘hyper’ y cuando llegó la competencia estaba cansado. ¿Qué falló? Que estaba muy motivado. No es que haya hecho nada malo, es que no se reguló”, apuntó Aybar.
El entrenamiento mental
Para el doctorado en educación física con especialización en psicología deportiva, la preparación mental y emocional es un área que demasiados atletas ignoran, al menos en comparación con el nivel de preparación que otorgan al aspecto físico-técnico.
Por ejemplo, sería absurdo que un corredor de 100 metros esperara hasta la última semana previo a una carrera para realizar la parte más extenuante de su entrenamiento físico. Sin embargo, según Aybar, es precisamente eso lo que muchos deportistas hacen respecto a la cuestión mental.
“Como muchos atletas no trabajan la parte mental llegan a la última etapa de preparación, cuando se aproxima la competencia, tres semanas, una semana, un día antes, y te dicen ‘tengo que trabajar con mi concentración porque como que no lo estoy haciendo’. Y no hay nada que podamos hacer que le dé la capacidad de autorregularse. Puede empezar a conocerse pero autorregularse [requiere] entrenamiento. Hay que practicarlo y practicarlo, y [a esas alturas] ya no hay tiempo. Quizás conozcas el concepto pero como la mente no está entrenada todo lo que no esté programado te saca de concentración”, afirmó Aybar.
La manifestación externa más evidente de un atleta que no ha aprendido a controlar apropiadamente sus emociones es, generalmente, la toma de decisiones erráticas.
“Obviamente estamos conectados mente y cuerpo, así que [la mala toma de decisiones] tiene su impacto en términos de la reacción fisiológica, que lo vemos cuando decimos ‘se ‘frizó’’, ‘estaba muy tenso’, ‘salió muy agresivo’. Eso son nuestros músculos reaccionando al mal manejo de la presión”, expresó el educador.
Uno pudiera pensar que, al igual que buena parte de la habilidad deportiva entre los atletas de alto rendimiento se debe a razones genéticas, esa capacidad de autorregularse, de canalizar las emociones de una manera conveniente, sería más fácil de adquirir para ciertas personas.
Aybar, no obstante, minimiza el elemento biológico. Indicó que, como con cualquier otro órgano del cuerpo, existen diferencias entre los cerebros de las personas, pero que en todo caso esas diferencias solo proveerían unas ventajas marginales a ciertos individuos.
“Así que tú no puedes decir, por ejemplo, que los anglosajones son más calmados que los latinos. Genéticamente no se justifica. Es porque han sido socializados de una forma u otra en cómo reaccionar a ciertas cosas”, argumentó.
Frecuentemente escuchamos que en el deporte es necesario “aprender de las derrotas”, como método de evitar la repetición del fracaso. Al mismo tiempo, el recuerdo de decepciones pasadas puede inhibir al deportista en circunstancias similares futuras, por lo que en ese caso resulta contraproducente analizarlas a profundidad.
¿Es entonces esa idea de aprender de las derrotas una idea con fundamento o simplemente otro de esos incontables clichés que la gente repite como el papagayo?
Para Aybar, la estrategia psicológica debe apoyarse en la búsqueda de “metas de proceso” en lugar de “metas de resultado”.
“Poder entonces ir a esas experiencias que aparentan no haber sido positivas y entender qué fue lo que se logró en el proceso a pesar de que no se logró el resultado. Y por lo tanto, hacer que el atleta se focalice en lo que sí domina independientemente de que el resultado no haya sido el mejor”, dijo Aybar, al añadir que la tendencia en Puerto Rico –sobre todo de parte de aquellas personas cercanas a los competidores–, es hacia privilegiar esos resultados, aunque en el deporte los factores que determinan ganadores y perdedores trascienden el desempeño de los atletas en el campo.
Psicología colectiva
El factor psicológico no solo se hace sentir en una escala individual: en los deportes de conjunto se repiten las mismas variables a nivel colectivo. Aunque cada integrante de un equipo es responsable de prepararse en lo personal, a lo largo de una temporada se desarrollan los procesos que, al final del día, determinarán el éxito o fracaso común.
“Aquí entra la parte más hermosa, la que más me gusta. Entran en juego todos los conceptos y modelos de la dinámica de grupo”.
“Para funcionar tenemos que desarrollar una identidad como grupo y eso no es un proceso que se da simplemente porque al jugador se le entregue un uniforme. Para desarrollar la química hay que tener unas tareas, unos objetivos en común, un formato, reglamento y normas de funcionamiento que nos mantenga siendo un grupo óptimo”, detalló Aybar.
Evidentemente, en el transcurso de una campaña larga surgirán obstáculos que atentarán contra la posibilidad de alcanzar los objetivos establecidos. Son esos momentos los que, a juicio de Aybar, solidifican el colectivo.
Si esos conflictos no se atienden de la manera correcta “llegas al final de la temporada y explota. Si esperas al final de la temporada para aprender a resolver los conflictos ya estás muy tarde. Eso se da desde el principio”, advirtió el académico.
Asimismo, sería un error plantear que ciertos deportes encierran una carga psicológica mayor que otros, porque su naturaleza varía según las características de la disciplina.
“La capacidad de mantenerte sereno en el tiro con arco es, en términos psicológicos, enorme: no moverte, mantener la respiración, los pensamientos balanceados, cuestión de que cuando sueltes el cordoncito no haya un movimiento mínimo que te haga fallar. Y eso no todo el mundo lo puede hacer, hay que practicarlo. Sin embargo, tenderíamos a pensar que para esa persona el trabajo es mínimo en comparación con el que juega baloncesto y le están empujando y gritando todo el tiempo”.
“Yo creo que son destrezas psicológicas distintas, pero igual de difíciles e importantes. Y a la vez, son valiosas y transferibles a otros aspectos de la vida”, subrayó Aybar.