Se sabe que los seres humanos cargamos con una información genética de nuestros antepasados, y que nuestra supervivencia se basa en la alimentación y en la guerra, de ahí que en latín se siga la expresión Si vis pacem, para bellum, o lo que sería lo mismo en castellano, “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Esa parece ser la máxima que muchas sociedades han adoptado desde tiempos memoriales, como también lo siguen haciendo las sociedades modernas.
Ciertos autores comparten que la agresividad responde a un instinto de la selección natural como una necesidad biológica expresada ante el miedo. La violencia y sus formas responden a parámetros de dominación, son conductas aprendidas en el contexto socio-cultural, que forma parte de la enculturación. Quizás esta sea la excepción que caracteriza a los seres humanos y su razón de ser. De ahí que se diga como Thomas Hobbes que “el hombre no es un lobo para el hombre”, porque el hombre es un depredador del propio hombre. Sin embargo, solo bastan dos gotas de orín soltadas por el lobo vencido a los pies del vencedor para que el primero salve su vida.
Cualquiera que sea la violencia entre seres humanos, ya sea síquica, física, verbal, gestual, visual, etc., responde a un comportamiento enfermizo y que poco se asemejaría a nuestros antepasados prehistóricos por sus supuestas formas de vida.
Según un estudio de la teórica política Hanna Arendt se puede decir, que la violencia tiene sus bases teóricas en la expresión del poder y surge de la tradición judeocristiana y de su imperativo conceptual de ley.
Actualmente, seguimos sin ser conscientes de lo que supone convivir con este tipo de seres humanos que practican constantemente la violencia, una violencia que no se percibe a corto plazo, y que incluso para ser consciente, se requiere algo más que un intelecto. Apreciar esta observación requiere tiempo, esfuerzo y algo más que conocimientos académicos.
Imaginemos por un momento que pudiéramos salir del contrato social (que introdujo Jean-Jacques Rousseau en 1762) en el que estamos condicionados por el mero hecho de nacer; escapar de la autoridad, de las normas éticas y morales, de las leyes, de la sumisión de los seres humanos, e incluso rechazar esta libertad que conocemos y creemos que es el puro concepto de libertad; porque ni siquiera la libertad que nos han enseñado, escapa del contrato social.
Simplemente hemos recibido un adoctrinamiento del que no somos capaces de reflexionar, porque nuestra forma de pensar es la misma que Platón describía en el VII Libro de la República, sobre la situación que se encuentra el ser humano respecto del conocimiento. La descripción del Mito de la Caverna del filósofo griego (que pone de manifiesto el estado en que se halla nuestra naturaleza con relación al conocimiento de la verdad o a la ignorancia) es el mejor ejemplo para comprender este mundo. Entonces quizás, los seres humanos comprenderíamos un poco mejor que la violencia forma parte de nuestro contrato social y que sus términos pueden cambiar.
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El autor es un antropólogo español que colabora en diversas publicaciones digitales. Fue estudiante de la Universidad de Puerto Rico en Cayey.