Ricardo y yo hablábamos de la posibilidad de instalar una cámara secreta en su carro para grabar nuestras conversaciones que, con toda modestia, son muy graciosas, así como para también establecer un nuevo protocolo en nuestra relación donde comenzaría a llamarle Tío y pedirle la bendición, cosa de que me pudiera dar chavos ocasionalmente. Lo más sorprendente del asunto es que Ricardo, con quien he compartido oficina por los pasado tres años y pico, no encuentra nada raro en que de pronto le comience a llamar Tío, de hecho, quiere que le pida la bendición porque dice que, aunque no es muy cristiano, sí le gusta el rito simbólico de cuidar de alguien. Yo le dije que no era un rito simbólico, que en efecto, es muy dado con la gente, especialmente con sus amigos, al punto de que se puede molestar menos si alguien en la calle le grita ca…rón que si no le devuelves la llamada. Yo no creo que le pueda llamar Tío a Ricardo porque mi relación con mis tíos es más bien una de intercambio de muchos cariñitos con sándwich de mezcla; con Ricardo yo he cogido palos de policías, garatas de expresidentes de universidades, sesiones de lloriqueos con confesiones embarazosas, y a todas estas, Ricardo siempre se ríe conmigo (y de seguro muchas veces de mí) y me dice algún consejo que sólo su inmensa sabiduría (y conocimiento infinito de cultura popular sesentosa y setentosa) podría ofrecer.
Ricardo es un tipo que le gusta enseñar, sea en parábola o en práctica, aunque se niegue explícitamente en hacerlo cuando se lo pides. La primera vez que estuve con él trabajando fue en la huelga de la Universidad de Puerto Rico del 2010, frente al portón de la Ponce de León. Yo bien novata le estoy hablando de mi Nikon D60, y el tipo, con una Nikon D700 en la mano, me sonríe tiernamente y me dice “si quieres te presto mi lente”. Es loco, no sé cómo se atrevió, pero me dio su lente telefoto ahí, sin conocerme, en medio de una huelga. Claramente no me atreví a preguntarle cómo era que se ponía el lente ese de 12 libras en la cámara, y él, al ver mi aprehensión, lo hizo por mí sin pedir permiso, y me dijo “me lo devuelves orita”. Lo que pasa es que él es demasiado modesto para admitir que es un maestro por vocación, y que definitivamente es uno de los mejores fotógrafos que ha tenido Puerto Rico.
De seguro está leyendo esto y está todo sonrojado, se pone rojo como un tomate, se enoja conmigo (momentáneamente) y me dice “coño, Jani, deja eso”, pero yo sé que él sabe que lo que digo es cierto, y lo digo con un profundo amor y en agradecimiento a todas sus enseñanzas pero más aún, a la amistad que tan generosamente me ha ofrecido.
Uno de los mayores sueños de Ricardo (de nuevo, aunque no lo admita públicamente) era montar una exposición sobre sus fotos de danza. Hemos hablado en varias ocasiones de por qué la danza, y entra en tecnicismos de la imagen, en el método, en la composición, en la iluminación, en la intención…pero siempre, no falla, la conversación termina en Yarí, la hija (biológica, porque tiene muchas putativas) de Ricardo, quien es bailarina. Nunca he conocido a Yarí en persona pero siento que ya la conozco porque Ricardo ha esbozado una narrativa de su hija que solo el más grande amor podría narrar. Yarí es grande, y Yarí está en todas las imágenes de Ricardo. Yo creo, tengo la impresión, de que esta exposición es de danza y no sobre otra cosa porque la danza es Yarí, y Yarí es la danza, que es el arte de Ricardo, y es también su mayor logro en esta vida.
Este viernes 20 de septiembre, a las 7:00 p.m. en la Casa Alcaldía en San Juan, Ricardo va a presentarnos, o más bien, a regalarnos, su obra de vida, 30 años de danza, de arte, de Yarí, en cuatro paredes. Ya me lo imagino leyendo esto y gritándome ruborizado desde su oficina, “coño, Jani, deja eso ya” 🙂 .