A la izquierda, un piano. Cerca, recostado en el suelo, reposa un contrabajo. Una silla vacía, dos atriles. De a poco baja la intensidad de las luces. De pronto, los aplausos. Julio Boria ocupa su lugar frente al piano. Luis Enrique Juliá ajusta clavijas y pellizca las cuerdas de su guitarra. Eddie Gómez, la leyenda del jazz, lanza un par de palabras y habla de Lorenzo Homar, de su familia, antes de agacharse, levantar el contrabajo y alzar la vista hacia el aire, como si hallara ahí la música que vendría después.
Así arrancó el concierto Eddie Gómez: Íntimo con Homar, el pasado sábado 13 de septiembre. El Conservatorio de Música de Puerto Rico fue el lugar donde se le rindió homenaje al artista y maestro Lorenzo Homar con motivo de su centenario (1913-2004). El evento, además, sirvió para colectar dinero destinado al Fondo Dotal de la Escuela de Artes Plásticas de Puerto Rico en una alianza entre ambas instituciones que pretende fortalecer sus vínculos.
La banda sonora de Lorenzo Homar, se sabe, incluía el jazz como género de culto. En sus años neoyorquinos acudía con fruición a los teatros donde se ejecutara. En la banda sonora de sus afectos, de otro lado, estuvo la amistad que entabló durante largos años con el músico santurcino Eddie Gómez, quien, entre muchísimos otros, ha tocado junto a varios de los más grandes exponentes entre los que destacan Miles Davis, Bill Evans, Charles Mingus y Chick Corea.
En la foto, el bajista Eddie Gómez.
Pelo blanco, bigotito negro, ropa oscura, Eddie Gómez tararea las notas que toca. Pim pirím, pum, pampam. Suena Obsesión, composición de Pedro Flores. El bolero, hecho jazz, adquiere en la versión del trío cierto halo distintivo que lo hace irrepetible. El piano de Julio Boria –joven de dieciocho años natural de Loíza– aporta una sutileza inusitada. Las luces cambian a rojo. Eddie Gómez toma el arco. Abraza su instrumento para alcanzar las notas agudas. Una versión propia del Adagio de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo, colma el teatro y marca el tono menor de la noche. El profesor Luis Enrique Juliá inicia lo que será su interpretación más sentida antes de desocupar su lugar para dar paso a la improvisación a cuatro manos entre Boria y Gómez. Solar, de Miles Davis, y Prelude to a Kiss, de Duke Ellington, fueron las piezas elegidas. Regresa el tarareo de Gómez. La percusión de sus manos contra las cuerdas. “Sigue, sigue’’, anima a Boria, que ríe y continúa un fraseo por debajo del contrabajo de Gómez.
En la foto, el pianista Julio Boria.
Le siguió Caribeña, mezcla de guaracha y blues. Eddie Gómez toma el micrófono antes de tocar Lorenzo, pieza de su autoría. “Lorenzo era muy bondadoso y generoso con su arte […] Como yo no sé dibujar, le escribí esta pieza”, dice. Y vuelve a alzar la vista. Ahora todo es azul y Lorenzo Homar aparece en una secuencia de fotografías a espaldas de Gómez. Lorenzo en la playa, haciendo acrobacias, su silueta recortada a contraluz al caer la tarde. Lorenzo Homar en su taller, Lorenzo enseñando, rodeado de estudiantes. Lorenzo despierto en la memoria de su amigo en esa mezcla única de piano, guitarra y contrabajo que lo acerca a este lado de la vida.
Le toca el turno a la última pieza, Chicago Style Blues, de William Beauvais. “Este homenaje”, dice al terminar Eddie Gómez, “va a seguir y seguir, porque Lorenzo está en nuestros corazones […] Lorenzo está en el mío. Siempre”. Más tarde se funde en un abrazo con Boria y Juliá. El público de pie. El ruido ensordecedor de los aplausos.