Durante mi infancia en los años noventa, todos los niños de mi edad veneraban a Michael Jordan. Le rogábamos a nuestros padres que nos compraran cualquier producto con su imagen y siempre que tocábamos una bola de baloncesto, gritábamos, “¡Yo soy Jordan!” Todos conocíamos el nombre “Piculín”, pero a ninguno nos importaba. Él no brincaba desde la línea del tiro libre cuando donqueaba, no hacía películas con Bugs Bunny y nunca salía en la televisión.
También habíamos escuchado cuentos de Roberto Clemente, pero nunca lo vimos jugar, así que no era pertinente para nuestra realidad inmediata. Simplemente, nuestras vidas giraban en torno a la NBA y Michael Jordan era la NBA.
Pocos meses después de su retiro, se celebró el Campeonato FIBA Américas en el Coliseo Roberto Clemente. Sentí mucha emoción al ver a jugadores de la NBA en persona, pero lo más que disfruté del torneo fue conocer el equipo nacional de Puerto Rico. ¡Por primera vez en mi vida podía apoyar a baloncestistas de mi País!
Esta experiencia me inspiró a educarme sobre los atletas puertorriqueños. Aunque la mayoría de mis deportistas favoritos siguen siendo estadounidenses, celebro los triunfos y sufro las derrotas del equipo nacional mucho más que las de cualquier equipo de la NBA o MLB, ya que ver a boricuas defender los colores de su bandera tiene mayor carga emocional que ver a extranjeros representar ciudades que apenas conozco.
El pasado 15 de marzo, el equipo de Puerto Rico se enfrentó al de Estados Unidos en un juego que aseguraría una de las primeras cuatro posiciones en el Clásico Mundial de Beisbol. Muchos analistas y fanáticos comentaron que un triunfo en este partido sería el logro deportivo más importante para Puerto Rico desde que Carlos Arroyo nos impulsó hacia la victoria en el primer juego de las Olimpiadas en el 2004, casualmente contra el equipo de los Estados Unidos.
Antes del partido, llamé a mi abuelo para discutir las implicaciones de una victoria de la novena boricua. Además de ser amante del deporte (especialmente de los equipos de Ponce), fue asambleísta municipal por el PNP, así que decidí molestarlo un poco y le dije, “Oye, ¿Por qué estoy hablando de esto contigo? ¡Tú le vas a Estados Unidos!”. Aunque sabía que no le hablaba en serio, se ofendió muchísimo y me dijo que no entendía a qué me refería.
Al decirle que era un chiste dado a que él era estadista, me interrumpió y dijo, “Yo soy estadista, pero soy puertorriqueño primero. ¿Cómo voy a negar mi origen e irle a los americanos por fanatismo político?" Su respuesta me llamó la atención y decidí averiguar qué opinaban otros estadistas sobre el choque entre su país natal y el país al cual quieren pertenecer. Me intrigaba mucho la perspectiva de Danny, uno de mis mejores amigos. Desde que lo conozco, profesa muy orgullosamente su admiración por la historia estadounidense y su desarrollo como país. Cuando le pregunté sus lealtades, respondió sin titubeos, “Siempre quiero que Estados Unidos gane”.
“Entiendo, pero están jugando en contra de los atletas de tu país. ¿De verdad no te gustaría verlos ganar?”, le pregunté.
“No. Yo no conozco a los atletas de aquí. Yo admiro a los atletas estadounidenses porque son los que siempre veo en la televisión. Si eres estadista, amas a los Estados Unidos y por lo tanto, se supone que los apoyes. Quiero que hagamos cosas buenas, pero los logros del equipo no me causan ningún tipo de emoción. La ideología estadista te obliga a despreciar la colonia y no me gusta ver a Puerto Rico como algo aparte. Independientemente de que si esto se pueda ver malporque eres de otro “país”, así es como se supone que piense un estadista”, contestó.
Sorprendido ante su franqueza, planteé la pregunta en mi página de Facebook y la respuesta fue unánime – mis amigos estadistas apoyaban al equipo de Puerto Rico y no podían creer que su lealtad hacia la patria estuviese en duda. Aunque todos admitieron que no siguen la Liga Invernal, enfatizaban que ver al equipo nacional sobresalir en el torneo les despertaba un gran sentimiento patriótico.
Luego de que el equipo aseguró un boleto al juego final, El Nuevo Día publicó una nota que recopilaba las reacciones de distintas figuras públicas del País ante sus logros. El candidato a la gobernación por el Partido Independentista, Juan Dalmau, dijo que el equipo “logró dar rienda suelta a una gran emoción de todos los puertorriqueños sobre su identidad nacional, sin importar su ideología”. Esta cita lo resume todo. Quizás será un cliché, pero el Clásico demostró que el deporte genera emociones poderosas, unifica a las masas y que nada nos brinda más felicidad como pueblo que ver a los nuestros sobrepasar las expectativas y darse a conocer en el ámbito internacional.