Normal y cotidiana la trata humana en el deporte mundial
Primera de cinco partes de una serie sobre trata humana en el deporte.
Es temprano en el mes de octubre y Scott Boras se defiende como gato bocarriba. La prensa le pregunta a diestra y siniestra y Boras, el agente de peloteros más reconocido en la faz de la Tierra, ese personaje que muchos comparan con el Vito Corleone del Padrinode Scorcese a la hora de señalar su impacto en el béisbol profesional, trata de batear preguntas como si fuera alguno de los jugadores que lo han hecho multimillonario.
¿El asunto? Boras fue acusado recientemente de hacerle un “préstamo” de $70 mil al campo corto y prospectazo dominicano Edward Salcedo, en distintas etapas entre finales de 2007 y 2009. Las reglas sindicales que estaban vigentes en la época prohibían los préstamos si se realizaban para inducir que un pelotero fuera representado por un agente determinado. Según la información difundida originalmente por The New York Times, Boras negoció un contrato de ligas menores para que Salcedo ingresara a la organización de los Indios de Cleveland en febrero de 2008.
El contrato iba a ser de $2.9 millones, pero se frustró cuando Salcedo no pudo obtener una visa por la falta de documentos que confirmaran su identidad. En febrero, Salcedo recurrió a un nuevo agente, Edgar Mercedes, y firmó un contrato de liga menor con Atlanta, acuerdo que contemplaba un bono de $1.6 millones por la firma y que se pagaría en varios plazos.
Sin embargo, Salcedo regresó con Boras en abril, nuevamente destapando una olla de grillos sobre la manera en que se da la trata humana en el béisbol latinoamericano, donde talentosísimos jugadores de sectores pobres de la América hispanoparlante le entregan la vida a agentes, algunos con escrúpulos y otros carentes de ellos, en búsqueda de un espacio en Las Mayores. Claro, situaciones sobre cómo los peloteros latinos llegan o no a las Grandes Ligas han sido el pan nuestro de cada día desde que existe el béisbol, y lo sucedido con Boras sólo sirve para solapar asuntos que parecían no tener mucha publicidad.
“Todo lo que hicimos fue apropiado y cumplió con la regulación del Sindicato de Peloteros de las Grandes Ligas”, dijo Boras a Prensa Asociada. “Este jugador fue cliente nuestro desde octubre de 2006. Negociamos un bono sin precedente de $2.9 millones para él. Ayudamos a su familia en un momento en que estaba necesitada, mientras buscábamos un arreglo legal para Edward, y ello cumplió con las reglas del Sindicato”, agregó, mientras el líder sindical Michael Weiner ‘hacía buche’ al respecto.
¡Oh, gran Scott Boras, líder de ese celestial cuerpo de ángeles que sólo se preocupan por el bienestar de los jóvenes peloteros latinos y sus familias! Eso, por supuesto, fue sarcasmo. Lo realmente serio es la manera en que durante décadas se trafican seres humanos en el béisbol profesional, donde los poderosos llegan con un saco lleno de sueños para jóvenes que de otra manera no tuviesen forma de salir de la pobreza que los arropa. Aunque las partes involucradas no lo quieran admitir (“No me pusieron presión cuando yo firmé de que tenía que pagar el préstamo”, dijo Salcedo, “el acuerdo era que yo firmaba y le pagaba en cuatro meses”), esto se cae de la mata: Salcedo regresó con Boras por mera fidelidad, por los $70 mil que el magnate le ofreció cuando lo descubrió, por miedo a perder lo poco hasta ahora logrado en el béisbol organizado. Es el cuento de nunca acabar.