Era el 31 de agosto de 2003 y Puerto Rico necesitaba una victoria sobre el equipo de Canadá y su estelar armador, el ahora dos veces Jugador Más Valioso de la NBA, Steve Nash, para poder ir a los Juegos Olímpicos de Atenas’ 04. Carlos Arroyo andaba boto, sin puntería, y no muchos expertos pronosticaban que Borinquen pudiese derrotar al quinteto que lideraba el base Nash, quien se encontraba en uno de sus mejores momentos como jugador. “¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?”, parecía gritar a coro la fanaticada boricua de los ’12 magníficos’.
Adelante, José ‘Piculín’ Ortiz. Ortiz tomó la batuta y con Larry Ayuso y Daniel Santiago haciéndole coro en la ofensiva ante la inhabilidad de Arroyo de anotar, el ‘Concord’ tuvo uno de los mejores juegos de la historia del Torneo de Las Américas. 21 puntos, 10 asistencias y 10 rebotes le dieron un triple doble, un raro triunfo estadístico en este tipo de competencias. Siete tapones lo ponían también a tres de un cuádruple-doble, algo nunca antes visto en FIBA América. Peor el marcador final de 79-66, en el que Puerto Rico venció a Canadá para ganar su boleto a las Olimpiadas en la que posteriormente humillarían al equipo aquel de jugadores de la NBA de Estados Unidos que incluía a Allen Iverson y LeBron James, era quizás la estadística más dulce del mundo. El pueblo entero celebró y ‘Piculín’ volvía a consagrarse como el superhéroe nacional por excelencia, el que saca la cara por la patria, el mejor jugador de baloncesto del mundo.
Rebobinemos. Esa no fue la primera vez que Ortiz ayudó a Puerto Rico a decir yo en el mundo del baloncesto internacional. Ortiz tiene mucho que ver con que a Borinquen se respete como competidor internacional y, por ende, como nación. Desde sus inicios en la selección, a finales de la década de los ’80, la figura de Ortiz ha sido clave para que la selección nacional despunte alrededor del mundo.
Está, por ejemplo, aquel Torneo de Las Américas de 1989, cuando sus ejecutorias lideraron a Puerto Rico en el triunfo, 88-80, sobre Estados Unidos por la Medalla de Oro. O el Mundial del ’90, cuando Borinquen arribó cuarto, tras marchar invicto durante las primeras rondas con Ortiz como el octavo mejor anotador del torneo, con promedio de 18.4 puntos por partido. O qué tal el sexto lugar alcanzado en las Olimpiadas de Atenas 2004, cuando Puerto Rico le propinó a un equipo de jugadores profesionales de Estados Unidos su primera derrota, una aplastante humillación que realmente fue más abultada de lo que el marcador de 92-73 puede demostrar, y en la que los ocho puntos y seis rebotes de Ortiz complementaron a perfección el recital de 24 puntos y siete asistencias que tiró Arroyo. Y entonces está todo lo otro, todo lo hecho fuera de la cancha por la selección nacional del país que lo vio nacer.
“En más de una ocasión, cuando jugaba en Europa, viajaba, jugaba un juego y viraba. Y si el equipo volvía y lo necesitaba lo hacía de nuevo y de nuevo y de nuevo”, recordó el Secretario Emérito de FIBA América y ex presidente de la Federación de Baloncesto de Puerto Rico, Jenaro ‘Tuto’ Marchand. “Nunca peleaba por dinero, ni por tiempo de juego. Se amoldaba a lo que dijera el entrenador. Era el jugador perfecto para tener, tanto dentro de la cancha como en el banco y en el camerino. Tenía muy pocos defectos como jugador”, recalcó.
Como persona, quizás sea otra historia. Defectos tenemos todos, pero cuando se es multimillonario e importante y de momento no tienes ni los millones y no le importas a nadie, esos defectos pueden florecer como, digamos, matas de marihuana en un laboratorio ultra moderno.
Adelantemos ahora a 2011, en pleno momento en el que Ortiz ya ha pasado de ser del más grande al más que necesita ayuda.
En la mañana del jueves 30 de junio, Ortiz fue arrestado por agentes federales de Inmigración y Aduanas en Cayey donde se allanó una residencia que éste tenía bajo alquiler. Se le ocuparon 218 plantas de marihuana, equipo para sembrarla y 40 balas compatibles con rifle AR-15. En la mente de muchos, el recuerdo de Ortiz y su casi cuádruple-doble han sido sustituidos por la foto de su figura de siete pies esposada, siendo escoltada por los federales ese día.
Al fin y al cabo de nada sirvieron los millones ganados en Europa y la NBA, ni los supuestos panas que lo idolatraban cuando estaba ‘en las papas’, ni los campeonatos y logros dentro de la cancha, ni sus aspiraciones políticas con el Partido Popular Democrático (PPD), organismo que cuando perdió le dio la espalda más rápido que cuando lo adoptaron como una de sus caras favoritas publicitarias durante la campaña de 2004. Cuando Ortiz cayó preso no tenía ni para pagar abogados. La corte le asignó al licenciado Héctor Ramos de Asistencia Legal Federal, un callado y exitoso litigante que no le gusta el spotlight de los medios y que al ser contactado por Diálogo prefirió hacer buche detrás de un “no nos gusta hablar los casos en la prensa”. Sólo le quedaron al ‘Picu’ sus verdaderos amigos, como Marchand y otro puñado de deportistas.
A días de entrar al centro de rehabilitación, Ortiz, que está acostumbrado a los medios, se hacía sentir más que su mismo abogado defensor.
"Me dijo: ‘Ángelo, estoy arrepentido. Con mucha dignidad le serví a mi patria y quiero separar esta otra vida de aquella del deporte’", relató a la prensa su amigo Ángelo Medina luego de ir a verlo al lugar donde le ingresaron.
Que nadie se confunda. ‘Piculín’ está arrepentido, eso sí, pero su psiquis es la de superestrellas como Diego Armando Maradona y Oscar De la Hoya, que después del retiro se torna frágil.
Fernando Aybar, sicólogo deportivo y profesor del Recinto de Río Piedras consultado por Diálogo, explicó que “aquí vemos claramente lo difícil que es para estas personas el manejo de la transición de ser una figura importante, con una actividad reconocida públicamente, a convertirse en un ser humano común y corriente. La dificultad es manejar la identidad de atleta a la de ex atleta y ciudadano común y corriente. En términos sicológicos esa transición es muy difícil, porque la identidad de ese atleta está basada en su rendimiento y una vez merma ese rendimiento se preguntan ¿quién soy? Y cómo no han podido ser otra cosa que atletas, no han podido ser padre, hijo, esposo, ciudadano a tiempo completo, pues no encuentran como integrarse a la sociedad”.
Claro, en el caso de Ortiz se sobrentiende que sus adicciones, como la que confesó tener por la cocaína, se manifestaron en su mayor expresión luego del retiro, pero esto había empezado hace tiempo, pues según Aybar, “superestrellas como éstas experimentan mientras están en plena competencia, porque, a ese nivel tienen todo a la mano, ya sea alcohol, drogas o sexo. Y hay mucha presión social para ajustarse a cierto estilo de vida”.
Entonces está el triste sonido del retiro, del saber que ya no eres quien fuiste y que te toca ser un ciudadano más en este mundo que tú trataste de hacer mejor.
“En el caso del atleta, ese retiro viene a una edad en la que no se ve como viejo. Estamos hablando de que la edad promedio es los 35 para el retiro de un atleta de alto rendimiento. A esa edad los profesionales están empezando. A esa edad, los panas de ‘Piculín’ que son dentistas, abogados, ingenieros apenas empiezan a pensar en sus carreras, mientras él se encuentra sin nada que hacer, pasando por una transición difícil”, expuso Aybar.
La transición difícil viene ahora. Al cierre de esta edición, Ortiz enfrentaba una querella y no una acusación de Gran Jurado. De ser hallado culpable, enfrentaría una pena de entre cuatro y 40 años de cárcel.
“Pero ya tú verás que ‘Picu’ va a salir a flote”, nos dijo Marchand. “Él le ha dado mucho a Puerto Rico y ahora nos toca a nosotros devolverle ese cariño”.
¿Reconstruir un ídolo? Difícil. Ortiz enfrenta el juego más duro de su carrera y, en pleno tiempo extra, le toca ejecutar. Literalmente, la bola está en su cancha y solamente él puede tirarla. Ojalá el canasto venga antes de que suene la chicharra final.