SEVILLA – “Pues entonces nos vemos aquí a las cuatro y salimos para el estadio”, le dijo un amigo a su padre a las 2:30 p.m. bajo el calor palpitante de la calle Mateos Gago de Sevilla, en el momento en que empezamos a despedirnos para que cada cual almorzara y estuviese listo para el juego de ese día que comenzaba a las 5:30 p.m.
“No, mijo. Nos vemos a las cuatro menos cuarto. Aquí mismo, todo el mundo con la camiseta. Hoy vamos con la roja”. Esa fue la orden del padre y todo el mundo acató.
Y así se resolvió el encuentro de un grupo de familiares y amigos que estábamos allí para ver el primer partido de la selección nacional de básquet de Puerto Rico dentro de La Copa del Mundo de Baloncesto de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA). A las 3:45 p.m. empezamos la marcha hacia el Palacio de Los Deportes San Pablo donde los muchachos nuestros jugarían contra la selección gaucha de Cristina Fernández. La camiseta que se llevaba puesta era la del torneo: roja achiote completa con la palabra Puerto Rico en color azul mar adentro.
Poco a poco, parte de los boricuas que habían viajado al Viejo Mundo para ver a su equipo nacional debutar en el Mundial, bajaron en corillo por la Avenida Constitución para tomar el autobús que los llevaría a la cita deportiva. Pero somos boricuas, con las citas hacemos lo que nos da la gana y la procesión se convirtió en convite desde el principio.
“Así con la bandera al cuello pareces el Capitán Coquí”, le dije al hermano de un amigo con el que caminé hasta la parada de guaguas. El chamaco llevaba La Monoestrellada amarrada al cuerpo, una pequeña muestra de lo que se avecinaba.
El público boricua completo llegaba y partía del estadio en procesión de fiesta patronal: grupo de pleneros ready con coros ensayados para la ocasión, cantando estribillos como: “no te preocupes Sevilla que esta noche yo invito las cañas de la victoria”. Ése era el ánimo el sábado en la tarde.
Al final a lo que se invitó fue a las cervezas del consuelo, pues Puerto Rico cayó frente a Argentina 98-75, con una diferencia de 23 puntos que los puertorriqueños asimilaron y con los que se hicieron la sutura que necesitó el corazón de la fanaticada boricua presente en Sevilla. Así del saque hubo que inventárselas para remendarse el sentimiento.
Mensaje “oficial”
Como toda competición importante, los mensajes “oficiales” son imprescindibles. Durante el fin de semana de la primera ronda del Mundial, los boricuas se deleitaron alborotados con dos comunicaciones claves. La primera, un mensaje de texto gozoso que se regó como la pólvora: “Estamos en un local que queda frente a la entrada A del estadio, hay pleneras, llégale”. Y así aquella barra completó su agosto y los hijos de Borinquen bregaron con la desilusión de la mejor manera que saben, compartiendo un trago y cantando la pena.
Hasta aquel bar, cuyo nombre trato de recordar pero no puedo, llegaron cientos de puertorriqueños. Aunque el equipo nacional cayera, la afición boricua no dio tregua y puntuales llegaban una hora antes de los partidos del fin de semana para compartir sus pasiones al básquet, a la Selección Nacional y a la islita. El público boricua se convirtió en protagonista de la fiesta. Llegaron hasta los alrededores del estadio al ritmo de: “Anoche me dio una rabia que hasta mi güiro rompí” y “Viva la patria y viva nuestra selección”.
La segunda comunicación “oficial” llegó de parte de tres jóvenes puertorriqueños que sacaron una tela blanca convertida en pancarta: “Excarcelación para Oscar López Rivera. Libertad para los presos políticos de Puerto Rico”. Cuando La FIBA y la gerencia del Palacio de los Deportes de Sevilla ordenaron guardar la tela, porque no permitían actos políticos, estuvo presente también la afición de los boricuas, esta vez la afición a la hermandad y parte del público se movilizó hasta donde estaban los jóvenes para ver qué sucedía. Yo subí las escaleras, acerqué la oreja a ver qué decían los representantes de la FIBA y cuando se fueron, fui a saludar a los manifestantes.
“¡Nene! ¡Tú estás aquí! ¡Qué bueno!”, le dije a un chamaco que conocí hace varios años por estos lares y a quien le había perdido el rastro. Y así como nosotros, muchos más amigos del pedazo lejano de 100 x 35, se reencontraban entre las gradas del estadio y las calles sevillanas.
“Nena, yo no te veo hace tiempo”. “Ven para que conozcas a mis papás” o el que más gusta: “Anda pa´l sirete, tú sí que estás grande. Yo te dejé de ver cuando eras casi una bebé”. Más o menos así comenzaban todas las conversaciones de cada grupete de puertorriqueños. Muchos compañeros, colegas y amigos que se vieron de nuevo las caras allí en Sevilla después de muchos años y que en aquel momento no le quedaba más remedio que darse cariño porque las cosas son como una vez me dijo un editor: en la derrota es que se siente el amor con todos los acentos.
Ya nuestro equipo de básquet acabó su participación con récord de 1-4, pero la selección boricua de fanáticos no, ésa lleva marcador perfecto y es lo que ha valido la pena de la primera fase de ronda del torneo internacional. Aun en la derrota, sigue en pie y no podía ser de otra manera porque Sevilla se convirtió por un fin de semana en una fiesta de reencuentros de la gente que, como escribe Fernando Picó en su último libro sobre Santurce, “se sienta en verjas ajenas por las noches para hablar o cantar o contar chistes”.